Micaela sintió que la garganta se le cerraba. Gaspar ya se había desabotonado la camisa y la llevaba abierta, dejando ver su torso desnudo.
La luz tenue del cuarto no lograba ocultar la definición de sus músculos: hombros anchos, cintura estrecha, un cuerpo con proporciones que rozaban la perfección.
El impulso de huir se apoderó de Micaela, y en su mente ya se tejían mil planes para escapar de ahí.
Pero Gaspar estaba parado justo en la puerta. Por más que intentara correr, él la atraparía y la regresaría a la cama sin esfuerzo.
En ese momento, solo sentía odio por aquel hombre. No quedaba ni pizca de amor.
—Hoy no me siento bien. Mejor vete a tu cuarto —soltó con un tono cortante.
Apenas terminó de hablar, Gaspar avanzó hacia ella. El corazón de Micaela se aceleró. El aroma de su loción llenó el aire. Micaela reaccionó y lo empujó con fuerza.
—¡Gaspar, ya basta! ¡Suéltame!
Pero su fuerza no era rival para la de él. En un parpadeo, Gaspar le sujetó las muñecas sobre la cabeza. Micaela rompió en llanto.
—¡Eres un desgraciado, suéltame... no quiero que me toques, no me toques!
Lo odiaba con todo su ser.
La respiración de Gaspar se detuvo un instante. Soltó sus manos y, apoyándose con los brazos a cada lado de ella, se inclinó, fijando la mirada en sus ojos.
Micaela se encogió, temblando y sollozando como un animalito asustado, abrazándose a sí misma, hecha un ovillo, como si acabara de sobrevivir al ataque de una bestia salvaje.
En la penumbra, la expresión normalmente tranquila de Gaspar se tiñó de una angustia oscura, emociones reprimidas que amenazaban con brotar. Pero al final, se incorporó, recogiendo cada gramo de su rabia como si fuera una fiera domada que oculta las garras.
Se marchó sin decir más.
Desde el otro lado de la puerta, se escuchó el puño de Gaspar estrellándose contra la pared. El golpe retumbó en todo el cuarto.
Micaela se sentó en la cama, se secó las lágrimas y trató de recuperar la calma.
Había logrado librarse una vez más.
Pero ya no quería seguir viviendo con miedo. Tenía que divorciarse lo antes posible.
...
Durante el fin de semana, Micaela pasó el tiempo con su hija en la casa de la familia Ruiz. De Gaspar no hubo señales. Cuando Damaris le llamó por la noche, él respondió que estaba atendiendo a unos clientes.
No fue hasta el domingo en la noche que Micaela, mientras veía la tele con Pilar, lo vio entrar a la sala, todavía con el saco en la mano.
—¡Papá! —gritó Pilar al verlo, después de dos días sin tenerlo cerca.
Gaspar se agachó y le revolvió el cabello con cariño.
—¿Me extrañaste?
—Sí.
—Yo también te extrañé, mi niña —le dio un beso en la frente.
—Mamá, papá ya llegó —avisó Pilar, volteando hacia Micaela.
—El talento no se roba. Yo le advertí que no entrara al laboratorio, pero no escuchó. Si hace el ridículo, será su problema.
—Tienes razón, Lara. Nadie puede igualar tu brillantez.
Micaela esbozó una ligera sonrisa en el cubículo. Esperó a que se marcharan antes de salir.
Ya en el laboratorio, Ramiro llamó a Micaela y Lara a una reunión. Un médico del centro de control de enfermedades expuso la situación: un nuevo virus esférico, RT303, estaba causando estragos en Ciudad Arborea. Pacientes con enfermedades crónicas empeoraban de repente; ya había ocho fallecidos por complicaciones.
Micaela revisó el informe sobre el virus. Sabía que en la línea de investigación en la que trabajaba había avances que podrían ayudar. El virus, originario de Terra Nova, era agresivo y los medicamentos existentes apenas servían para contenerlo.
—He visto casos similares —afirmó Lara, confiada—. Estoy segura de que podré encontrar la medicina adecuada en poco tiempo.
—Eso sería excelente —respondió el doctor—. Los hospitales están desesperados por una solución.
—Yo también tengo una propuesta —añadió Micaela con serenidad.
Lara la miró con sorna.
—Micaela, deberías ser más precavida con lo que prometes. Con las enfermedades no se juega.
Ramiro intervino.
—Lo que necesitamos ahora es explorar varios caminos. Lara, Micaela, trabajen cada una en su enfoque. Cuando tengan resultados, los discutimos juntos.
Al salir de la reunión, Ramiro caminó junto a Micaela.
—Mica, ¿de verdad crees que puedas desarrollar un nuevo medicamento?

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