La mirada de Samanta se endureció.
—Yo no quiero premios —dijo con firmeza—. Lo que quiero es que Gaspar vea que soy mejor que Micaela.
Noelia, que sabía bien de dónde venía esa espina, preguntó en voz baja:
—¿El señor Gaspar no tiene tiempo de acompañarte al extranjero esta vez, verdad?
Samanta respondió sin titubear:
—Si algún día lo necesito, él va a estar ahí para mí.
Noelia no pudo evitar asentir, porque siempre que Samanta requería de Gaspar, él aparecía en el momento justo. Samanta era esa clase de mujer a la que Gaspar cuidaba como si fuera de cristal, demasiado valiosa para dejarla caer.
...
Villa Fantasía.
Tras la ceremonia de premiación, por la tarde hubo una reunión importante.
Y para cerrar el día, los organizadores ofrecieron una cena de gala en el gran salón del hotel Villa Fantasía, una invitación que nadie en su sano juicio rechazaría.
Micaela tampoco tenía pensado hacerlo; esa noche, además de los directivos, asistirían las figuras más influyentes de cada sector.
Por eso, no le quedó más remedio que pedirle a Sofía que cuidara a su hija unas horas extra.
La pequeña Pilar fue comprensiva y obediente. Después de una videollamada con Micaela, se quedó tranquila en la habitación del hotel.
En el salón de banquetes, Micaela siguió a una de las anfitrionas hasta su mesa. Pero, al llegar, se quedó congelada: la habían colocado justo al lado de Gaspar.
—Doctora Micaela, qué bueno que llegó —la saludó un hombre de mediana edad, poniéndose de pie y señalando el asiento junto a Gaspar—. Por favor, tome asiento aquí.
Micaela no tenía idea de quién era él, pero Gaspar se adelantó a presentarlo:
—Él es el señor Gallardo, de Tecnología.
Micaela le dirigió una sonrisa cordial.
—Mucho gusto, señor Gallardo.
El señor Gallardo le devolvió el saludo con calidez, pero casi enseguida se levantó para recibir a otro invitado.
Mientras Micaela se preguntaba si podría cambiarse de lugar, la voz de Gaspar sonó a su lado:
—¿Pilar no ha estado inquieta?
Micaela contestó, algo tensa:
—No, para nada.
El salón estaba muy bien climatizado, y Micaela sintió calor. Se quitó la chaqueta, quedando en una camisa blanca; los dos primeros botones sueltos dejaban ver la delicadeza de su clavícula.
Gaspar la observó, deteniéndose un par de segundos en su cuello largo y elegante, antes de apartar la vista como si nada.
En ese momento, el señor Gallardo regresó con más invitados y, tras presentarlos, comentó:
—Ambos son jóvenes muy talentosos. A su edad, ya han recibido premios nacionales, el futuro es de ustedes.
—Gracias, señor Gallardo, exagera —respondió Gaspar con su típica humildad. Micaela solo sonrió, sincera pero reservada.
Otro funcionario agregó:
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