Esta noche era el aniversario de la empresa de su papá, y ni de chiste Micaela estaba en la lista de invitados.
Cuando uno de los meseros se agachó para recoger los pedazos del vaso roto, Micaela le habló con preocupación.
—Con cuidado, no te vayas a cortar.
El mesero, que había estado todo nervioso, sintió un poco de alivio al escucharla. Al poco rato, otros meseros llegaron para ayudar, y en ese momento Micaela alzó la vista justo cuando vio a Gaspar acercarse.
Detrás de él, Samanta sostenía una copa de vino tinto, con una mirada indiferente y despectiva, disfrutando claramente el espectáculo, como si estuviera esperando ver a alguien hacer el ridículo.
Seguro pensaba: “¿A poco Micaela se coló aquí siguiendo a Gaspar? ¡Vaya que es capaz de todo con tal de atraparlo!”
Micaela notó que Gaspar venía hacia ella, así que dejó su jugo en la bandeja del mesero y se dio la vuelta para irse. Pero no alcanzó a dar tres pasos cuando Gaspar le sujetó la muñeca.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él, con voz seca.
Micaela intentó zafarse y respondió sin mirarlo.
—Suéltame.
—Si necesitas algo, me hubieras llamado —soltó Gaspar, dejando claro que la estaba acusando de haberlo seguido.
Micaela se giró, mirándolo directamente a los ojos.
—Vine con una amiga. No te voy a molestar, tú sigue con lo tuyo.
—Si tienes algo que decir, lo hablamos en casa. Enzo está abajo, le diré que te lleve.
Gaspar solo quería que ella se fuera, no podía arriesgarse a que la esposa y la amante se encontraran en ese tipo de eventos; un escándalo arruinaría su reputación en la alta sociedad.
Micaela también estaba pensando en marcharse, pero Samanta intervino con voz dulce.
—Gaspar, ya que la señorita Micaela está aquí, ¿por qué no dejas que se divierta un rato?
Samanta evitó llamarla señora Ruiz, claramente para que nadie supiera que Micaela era la esposa de Gaspar.
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