Al salir del elevador, Micaela regañó enseguida a Pepa:
—La próxima vez no te me andes escapando así.
Pepa, con esos ojos enormes y llenos de inocencia, la miró sin entender mucho, así que Micaela no tuvo más remedio que llevarla de regreso a casa.
—¡Mira nada más, Pepa! —Pilar corrió emocionada y abrazó a Pepa por el cuello, pegando su carita a la frente peluda de la perrita.
—Mamá, ¿dónde encontraste a Pepa?
—Justo abajo, en el jardín —contestó Micaela.
—¡Malcriada, Pepa! No te vuelvas a escapar, ¿eh? —Pilar también la regañó, imitando la seriedad de su mamá.
Sofía, al ver que Pepa había regresado, confirmó su sospecha: seguro estuvo en casa del señor Gaspar.
...
Esa noche, mientras acompañaba a Pilar hasta que se durmió, Micaela aprovechó para revisar los regalos que Jacobo y Anselmo le habían dado por su cumpleaños. Estaba claro que los amigos siempre se regalan algo en estas fechas, así que el presente de Jacobo, aunque lindo, no sería problema devolverlo si quisiera.
Pero el de Anselmo... ese sí que la tenía en aprietos.
A Micaela siempre se le complicaban estas cosas de favores y compromisos sociales, sentía que nunca sabía manejarlas bien.
[Tu regalo de hoy está demasiado caro.]
Aunque sonara un poco cortante, decidió que debía decirlo.
[Tú lo vales.] —respondió Anselmo, directo.
[La verdad, casi nunca uso cosas tan caras, me da miedo que me pase algo. Prefiero devolverte el regalo, Anselmo. Aprecio mucho tu amistad, pero no hace falta que me des algo tan costoso.]
Micaela pensó un poco cada palabra antes de enviarla.
[Micaela, no seas así. Solo quiero darte lo mejor de lo que puedo.]
Miró el mensaje en la pantalla, respiró hondo, y escribió de nuevo:
[Te agradezco el detalle, de verdad, pero el regalo es demasiado. Mejor, ¿por qué no nos invitas a Pilar y a mí a comer un día de estos?]
A las nueve y media, Anselmo llegó puntual. Esperó en la puerta, trayendo consigo una nueva bolsa de regalo. Sofía salió y le entregó la cajita de anillo que había traído el día anterior.
—Señor Franco, la señora dejó dicho que no puede aceptar regalos tan caros.
Anselmo sonrió de lado, divertido. ¿Será que Micaela ya le había agarrado miedo a sus regalos?
—No te preocupes, esta vez es solo un adorno para el cuarto.
Sofía miró dentro de la bolsa. Era una cajita musical con un diseño muy artístico, que en seguida imaginó quedaría perfecta en el escritorio del estudio de Micaela.
—¡Para el estudio está ideal! —expresó Sofía, diciendo en voz alta lo que pensaba.
—¿Sí? Entonces, ¿podrías ponerlo en su escritorio, por favor? —pidió Anselmo, sonriendo.
—Por supuesto. Seguro le va a encantar —respondió Sofía, tomando la bolsa de regalo.
Anselmo no se quedó mucho tiempo. Más tarde, Sofía le tomó una foto al adorno y se la envió a Micaela para que lo viera.

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