La llamada tardó unos segundos en ser atendida, y antes de que la otra persona pudiera decir algo, Samanta jadeó:
—Gaspar, siento que me voy a desmayar… por favor, ayúdame… estoy en el baño.
Micaela acababa de regresar a su asiento cuando vio a Gaspar levantarse con prisa. En ese momento, Anselmo le acercó su celular, que no paraba de vibrar.
Micaela miró la pantalla: era una llamada de Sofía. Sin pensarlo, salió del auditorio y fue a contestar en un pasillo tranquilo a un lado.
—Mamá, ¿puedo comer unas galletas? —preguntó la vocecita de Pilar desde el otro lado.
Micaela sabía que Sofía siempre le daba algo para comer, pero Pilar tenía esa costumbre de pedirle permiso primero. Micaela sonrió.
—Está bien, pero solo come dos, ¿sí?
—¡Gracias, mamá! ¡Te quiero mucho!
En ese momento, Micaela escuchó pasos apresurados detrás de ella, como si alguien viniera con urgencia. Al voltear, vio a Gaspar acercándose rápido desde la dirección del baño, cargando en brazos a Samanta.
Levantó la vista y se topó de lleno con los ojos de Gaspar. Samanta, con la cara pálida, se aferraba a su cuello con los brazos delgados, demasiado cerca de él.
Gaspar se quedó rígido por unos segundos, conteniendo la respiración.
Así, los tres se encontraron de frente en el pasillo.
Samanta entreabrió los ojos, y al ver a Micaela, esbozó una sonrisa triunfante que solo ella pudo notar. Deliberadamente, se acurrucó más cerca de Gaspar y murmuró, apenas audible:
—Gaspar, me siento muy mal… me duele la cabeza…
La mandíbula de Gaspar se tensó. Sin decir nada, pasó de largo junto a Micaela, apresurando el paso con Samanta entre sus brazos.
Su silueta alta y firme se alejaba con rapidez, como si la persona en sus brazos fuera lo más preciado de su vida.
El aroma a cedro, ese aroma que siempre acompañaba a Gaspar, llenó de pronto el aire y se coló en la nariz de Micaela. Sintió una náusea tan fuerte como si hubiese aspirado el olor más desagradable del mundo. Se tapó la nariz con la mano.
Sin mirar atrás, entró de nuevo al auditorio.
...
Anselmo la esperaba en el mismo lugar.
—¿Qué pasó con Pilar? —preguntó.
—Nada grave, solo quería comer un par de galletas más —contestó Micaela, con una leve sonrisa.
Anselmo no pudo evitar reírse.
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