Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 673

La noche ya había avanzado cuando Adriana llevó a Samanta de regreso a su casa para que descansara. Justo al tomarle la mano para ayudarla a bajar, sintió bajo sus dedos unas marcas irregulares. Instintivamente, giró la muñeca de Samanta para ver mejor.

En la piel delgada de su muñeca izquierda había cuatro, quizá cinco, cicatrices finas y alargadas, como si alguien hubiera pasado una navaja sobre ella…

Samanta retiró la mano de inmediato, apretando la muñeca con fuerza sobre esas marcas. Se esforzó en sonreír y le dijo:

—Adriana, gracias por todo lo de esta noche.

—Samanta, ¿qué es esto? —Adriana no pudo evitar el asombro, el corazón le dio un vuelco. ¿Acaso esas cicatrices eran de haberse cortado las venas?

—En los años de la juventud, una comete tonterías —suspiró Samanta, con cierta tristeza—. Cuando me preparaba para el examen de ingreso universitario, la presión era demasiada. Me deprimí mucho, y ya sabes, hice una que otra locura.

Adriana sintió que el pecho se le apretaba. Sin embargo, acababa de notar que una de esas marcas era reciente, la piel aún rosada. No parecía de años atrás.

—Samanta, por más difícil que se pongan las cosas, nunca deberías hacerte daño así —le dijo, la voz cargada de preocupación.

Samanta bajó la cabeza. Su voz parecía flotar, frágil.

—Lo sé. En aquel entonces sentí que el mundo se me venía encima. Ahora lo veo y pienso qué tonta fui.

Adriana no pudo evitar pensar que esa herida fresca seguramente tenía que ver con que su hermano había aceptado casarse con Micaela. No imaginaba que Samanta amara tanto a su hermano, capaz de llegar a esos extremos solo por querer estar con él.

Y se preguntó: Si yo tuviera esa misma determinación para ir tras Jacobo… ¿tendría éxito?

—Samanta, pase lo que pase, todo se puede superar. No vuelvas a lastimarte así, por favor… Me dolería mucho verte de nuevo en esa situación —le dijo con suavidad.

Miró a Samanta, tan fuerte y tierna, y pensó que era inadmisible que alguien como Micaela pudiera aprovecharse de ella.

Se quedó un rato más en su casa, pero Samanta insistió en que ya se fuera a descansar. Así que Adriana salió, subió a su carro y condujo directo a Villa Flor de Cielo. Apenas abrió la puerta, la luz tenue de una lámpara de pared la tomó por sorpresa.

El susto le duró poco, porque alcanzó a distinguir la silueta de alguien dormido en el sofá.

—¿Hermano? —musitó, sin poder ocultar la sorpresa. ¿Por qué Gaspar estaría durmiendo allí?

Caminó despacio, recordando lo cortante que había sido con ella por teléfono ese día. Se plantó frente a él todavía con algo de coraje, pero al verlo dormir, ese enojo se apagó un poco.

Gaspar tenía el ceño fruncido, el gesto sombrío, como un león cansado que había perdido toda su fiereza.

Adriana sintió un nudo en el estómago por verlo así, pero en ese instante, un pensamiento cruzó su mente y el enojo volvió a encenderse.

—¿Será que está así por Micaela…?

Sacudió la cabeza para apartar esa idea. No, seguro era por el trabajo. Desde que él tomó el mando del Grupo Ruiz, jamás había tenido un problema que no pudiera resolver, y la empresa estaba en su mejor momento.

De pronto, Gaspar pareció sentir que alguien lo observaba. Abrió los ojos de golpe, y al ver a su hermana, la dureza en su mirada desapareció. Se frotó la frente y se incorporó.

—Ya llegaste.

—¡Hermano! ¿Tú qué haces aquí? ¿No que me habías regalado esta casa? —reprochó Adriana.

Pensó en Micaela durmiendo arriba y le dio más coraje.

Gaspar cerró los ojos, masajeando las sienes, sin responderle directamente.

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