Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 674

Las frutas que se recogen a la fuerza no saben igual de dulces, pero al menos calman la sed.

El semblante de Gaspar se ensombreció de inmediato, tan intenso como una tormenta en pleno verano. Miró a Adriana con una dureza que ella nunca antes había visto.

—Adriana, ya basta. Abre los ojos de una vez —gruñó.

La obstinación de su hermana solo lograba irritarlo aún más. Lo que antes había sido preocupación, ahora se transformaba en un enojo palpable.

Adriana, al ver la expresión de su hermano, se quedó helada, sin atreverse a emitir ni un solo sonido.

Gaspar soltó un comentario cortante como cuchillo.

—Si Jacobo te trata bien es solo porque eres mi hermana. Si no fuera por eso, ¿crees que siquiera te prestaría atención?

La cara de Adriana perdió todo color, como si le hubieran echado un balde de agua fría encima.

—¿De verdad piensas que él no sabe lo que sientes por él? Lo sabe perfectamente, pero no quiere meter problemas entre las familias.

Cada palabra salía de la boca de Gaspar cargada de veneno, tan pesada que se le clavaba en el pecho a Adriana. Ella apretó los labios, tratando de retener las lágrimas.

—¿Y Micaela? —soltó Adriana, buscando algún resquicio de esperanza—. Si tanto conoces a Jacobo, dime por qué le gusta tanto Micaela.

Gaspar ni se inmutó. No mostró piedad alguna al contestar, y de paso, no escatimó en elogios para Micaela.

—Micaela ahora es reconocida en el mundo de la ciencia. Tú no puedes compararte con ella. Además, fuera de ser la hija de la familia Ruiz, ¿qué más tienes que pudiera llamarle la atención a Jacobo?

Adriana, acostumbrada a que la trataran como reina allá afuera, nunca había tenido que soportar palabras tan duras. Pero justo ahora, las frases de su hermano la golpeaban con la fuerza de un martillo, destrozando todo su orgullo y dejando solo un vacío.

Cubriéndose la cara, Adriana murmuró entre sollozos:

—Hermano, ¿cómo puedes decirme eso?

Gaspar apenas la miró de reojo. Pensó que era mejor hacerla ver la realidad de una vez, antes que verla hacer el ridículo frente a Jacobo.

De pronto, Adriana levantó la cabeza, con los ojos rojos, y le lanzó una mirada llena de rabia.

—Hermano, ¿y qué, eh? ¿Acaso tú también...?

¿Será que su hermano también se había enamorado de Micaela? ¿Por eso Samanta había terminado tan mal?

Gaspar se quedó unos segundos en silencio, la mirada fija en el rostro de Adriana, sin responder de inmediato.

La luz tenue del salón le dibujaba sombras duras en la cara, ocultando cualquier emoción detrás de un muro impenetrable.

Adriana, terca, insistió.

—¡Hermano, contesta!

En el fondo, tenía miedo de escuchar la respuesta, pero la curiosidad la arrastraba a buscar la verdad.

—Eso no te incumbe —respondió Gaspar, con un tono tan seco que no dejaba lugar a dudas.

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