Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 677

Adriana no tardó en marcarle a Samanta para contarle que ya había comprado otra casa en Villa Flor de Cielo.

—¿Eh? ¿Adriana? ¿Tu hermano no tenía ya una casa ahí? —preguntó Samanta, sorprendida.

—Olvídalo, ni loca me voy a quedar en su casa. No es como si no pudiera comprar la mía —aventó Adriana, con un tono cargado de molestia.

—¿No será por mi culpa? ¿Acaso tu hermano te regañó otra vez por mi culpa? —Samanta le preguntó con preocupación.

—No tiene nada que ver contigo, así que ni te apures. Además, mientras yo viva en ese conjunto, Micaela no va a poder acercarsele a mi hermano, eso ténganlo por seguro.

—Adriana, gracias por estar de mi lado.

—¡Por favor! Si eres mi futura cuñada, ¿entonces de parte de quién voy a estar? —soltó Adriana, aún con algo de rabia—. Es más, me voy a mudar justo al edificio de Jacobo, quiero ver si así sí lo veo todos los días. Tal vez así, por fin se dé cuenta de todo lo bueno que soy capaz de hacer.

—Jacobo seguro se dará cuenta del esfuerzo que haces, haz lo que creas que es correcto. Si llegas a pasar un mal rato, cuenta conmigo para lo que necesites.

Adriana sintió un calorcito en el pecho.

—Samanta, tú sí sabes consentirme, no como mi hermano, que siempre anda de metiche.

—¿Ahora qué hizo tu hermano?

Adriana recordó la frase en la que su hermano mayor había elogiado a Micaela, lo cual aún le molestaba. Sin embargo, no quiso hacer enojar a Samanta. Se forzó una sonrisa.

—Nada, ya. Cuando tengas tiempo, ven a mi casa a pasar el rato.

—Claro —respondió Samanta con una sonrisa.

Adriana regresó a Villa Flor de Cielo para recoger sus cosas. Decidió que no volvería a la casa de su hermano. Solo de pensar que Micaela vivía allí arriba, le daba mala espina.

Fue entonces cuando Enzo llegó para entregarle a Gaspar la ropa que había mandado a la tintorería. Al ver a Adriana, casi se le cae la bolsa del susto.

—¡Señorita Adriana! ¿Usted por aquí?

Adriana ya había terminado de empacar y estaba a punto de salir.

—¿Quiere que la lleve a algún lado, señorita Adriana? —ofreció Enzo de inmediato.

—No hace falta. Ah, y de paso, dile a mi hermano que ya compré casa en Villa Flor de Cielo. No necesito seguir quedándome en su casa —le soltó Adriana, con el maletín en la mano y el orgullo en la voz.

Enzo se quedó boquiabierto. Luego, ordenó con cuidado los trajes y camisas de Gaspar en el armario, arregló un poco la habitación y se fue.

De regreso a el Grupo Ruiz, mientras entregaba unos papeles, Enzo recordó lo que Adriana le había dicho. Aprovechó el momento para hablar con Gaspar.

—Señor Gaspar, la señorita Adriana ya empacó sus cosas y se fue de su casa en Villa Flor de Cielo.

—Ajá —contestó Gaspar sin levantar la vista, firmando con su letra firme y decidida.

—También me pidió que le avisara... que ella ya compró una casa en Villa Flor de Cielo.

La mano de Gaspar se detuvo en seco. Alzó la mirada.

Enzo se apresuró.

—Eso fue lo que la señorita Adriana me pidió que le dijera.

—¿En qué edificio la compró? —preguntó Gaspar, conteniendo el enojo en cada palabra.

Enzo casi se tropieza con la respuesta.

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