—Todos sus cuentas están congeladas.
Adriana abrió los ojos de par en par, sin poder creer que su hermano mayor realmente lo hubiera hecho.
Si le congelaban el dinero, ¿cómo iba a terminar de arreglar esa casa que apenas tenía lo esencial? ¿De dónde iba a sacar para la remodelación?
Se sintió como si le hubiera caído un rayo encima. Miró a su amiga y soltó, apurada:
—Por hoy aquí la dejamos, ¿va? Tengo que volver a casa, surgió algo urgente.
...
En la mansión Ruiz, al atardecer, el jardín estaba iluminado por todas partes, resaltando su aire clásico y elegante.
—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó Adriana apenas cruzó la puerta.
Damaris Quintana bajó del segundo piso frunciendo el entrecejo.
—¿Por qué tanto escándalo?
—¡Mamá, mi hermano me congeló todas mis tarjetas! ¡Por favor, háblale y dile que me las desbloquee! —le suplicó Adriana, casi al borde del llanto.
Quintana arrugó aún más la frente.
—¿Otra vez hiciste algo para hacerlo enojar?
—Solo compré una casa, ¿qué tiene eso de malo? —Adriana bajó la mirada y se mordió el labio.
Su madre la miró con ese gesto que decía “sé que me ocultas algo”. Contestó con tono cortante:
—Dime la verdad si esperas que te ayude.
—Compré un departamento en el mismo edificio que Jacobo y mi hermano se enojó sin razón —admitió Adriana, y luego, con el fastidio pintado en el rostro, agregó—: Pero él sí puede comprar abajo de Micaela, ¿y yo no puedo? ¿Por qué él sí puede y yo no?
—¿Cómo dices? —Quintana la miró atónita.
—¿No sabías que mi hermano compró un departamento en Villa Flor de Cielo? —preguntó Adriana, confundida. ¿Cómo que el mayor había hecho esa compra a escondidas de todos?
—Entonces, Micaela se mudó a Villa Flor de Cielo, tu hermano compró un lugar en el piso de abajo y ahora tú quieres vivir en el mismo edificio que Jacobo, ¿es eso? —por fin comprendió Quintana.
—Yo solo compré en el mismo edificio, ni siquiera es en el piso de abajo —se defendió Adriana, haciendo un puchero.
Desde que el acuerdo matrimonial entre ambas familias se desmoronó, Quintana y Felicidad casi no se trataban. Había incomodidad, y más ahora que Jacobo estaba interesado en Micaela.
Quintana se frotó las sienes y le soltó con voz severa:
—Adriana, te estás pasando. Tú y Jacobo ya no tienen nada qué ver.
—Mamá —protestó Adriana, dando un pisotón de rabia—. Solo quiero buscar mi felicidad. ¿Qué tiene de malo?
—¿De verdad crees que, acercándote así a Jacobo, él va a fijarse en ti? —suspiró Quintana—. El amor no se forza. Haz caso a tu hermano y devuelve ese departamento.
—Lo sé —dijo Quintana, mirándola con ternura, intentando que entrara en razón—. Si de verdad lo quieres, respeta lo que él decide.
De repente, Adriana separó a su madre de un empujón.
—¿Entonces quieres que ayude a Jacobo y a Micaela a estar juntos?
Quintana se quedó sin palabras. Las lágrimas de Adriana caían más rápido, sabiendo bien que su hija siempre había tenido algo en contra de Micaela.
En ese momento, Florencia apareció desde el salón, obviamente había escuchado todo.
—Adriana, si tu hermano no puede hacer feliz a Mica, ¿ahora tú quieres impedir que alguien más sí lo logre?
Las palabras de su abuela la dejaron muda. En esa casa, si bien le tenía respeto a su hermano, a quien de verdad temía era a su abuela. Desde que Micaela llegó como nuera, Florencia la protegía más que a sus nietas de sangre.
Florencia la miró con severidad.
—Siempre has sido caprichosa, pero esta vez te pasaste.
—¿Abuela, también vas a ponerte de parte de Micaela? —preguntó Adriana, con la voz temblorosa.
—Micaela, cuando Gaspar estuvo mal, dejó los estudios por cuidarlo. ¿Y tú? Además de hacer berrinches, ¿qué más has hecho?
El rostro de Adriana se puso pálido. Apretó los dedos, molesta por dentro. ¿Acaso dejar la escuela para cuidar a su hermano la hacía tan especial?

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