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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 690

—¿Y entonces, qué es lo que te tiene tan pensativo últimamente?

Jacobo, al ver que su mamá no iba a soltar el tema hasta sacarle la verdad, se resignó y contestó:

—Micaela tiene muchos pretendientes a su alrededor, y la neta, hay varios que me llevan ventaja. Solo me preocupa no tener chance con ella.

La señora Montoya le soltó con tono regañón:

—¡Tampoco es que tú seas poca cosa! Anímate, hijo, que Micaela es la nuera que yo quiero. No vayas a dejarla ir.

Jacobo soltó una sonrisa amarga.

—Mamá, el asunto del amor es diferente. Micaela ha pasado por mucho. No es tan sencillo entrar en su corazón.

—Por eso mismo tienes que insistir —le respondió la señora Montoya—. Tienes tus puntos a favor, y además, Micaela tiene que empezar de nuevo en algún momento.

Jacobo suspiró, pensativo.

—Ya deja de suspirar. Llévate a Viviana a Costa Brava, y de paso, creas una oportunidad para encontrarte con ella —sugirió su mamá.

—¡Pero si Gaspar también está ahí! —Jacobo soltó otro suspiro.

—Hijo, ¿tú crees que una mujer que ya tomó la decisión de divorciarse va a querer regresar con su ex? —La señora Montoya conocía bien a las mujeres, sobre todo a las que, después de tener hijos, aun así se atrevían a dar ese paso. Sabía que estaban llenas de cicatrices.

—Bueno, haré lo que pueda —respondió Jacobo, y en sus ojos volvió a brillar la determinación.

—Eso es lo que quería escuchar —dijo satisfecha la señora Montoya—. Y no esperes a que ella dé el primer paso, tú tienes que ser el que se mueva.

Jacobo no pudo evitar reírse.

—Mamá, ya no te mortifiques por eso.

...

Mientras tanto, en el jardín de una casa amplia, el celular de Anselmo vibró. Lo tomó para ver el mensaje.

[“Jefe, rechazaron la solicitud para ir a Costa Brava.”]

Anselmo frunció el entrecejo, como si ya se lo hubiera imaginado. Al momento, llegó otro mensaje de su asistente.

[“Últimamente la situación internacional anda tensa, así que los mandos militares no pueden salir del país si no es imprescindible.”]

En ese instante, el teléfono sonó con la llamada de Norberto Villegas. Anselmo se enderezó al contestar.

—¿Bueno? Hola, papá.

—¿Qué está pasando? ¿Cómo que quieres ir a Costa Brava de repente? ¿Tienes algo importante que hacer allá?

—Eh... no, nada especial. Solo quería ver a una amiga.

—Acabas de recuperarte. No andes de un lado a otro —advirtió Norberto, serio—. Por más importante que sea, nada vale más que tu vida.

—Entendido, papá.

Su papá le dio algunas recomendaciones más y colgó.

Anselmo sabía que no le iban a aprobar la salida, pero de todos modos lo intentó. El resultado no le sorprendió, pero igual le pegó el desánimo.

—Está precioso —le respondió Micaela, pero enseguida le dijo suave—, aunque ya es tarde, mejor vamos a la habitación.

Pilar miró con nostalgia al muñeco.

—Bueno... ¡Hasta mañana, muñeco de nieve!

Tomada de la mano de Micaela, Pilar iba delante. Gaspar los seguía de cerca, y los tres entraron al elevador del hotel. Justo cuando las puertas se cerraban, un grupo de turistas extranjeros entró riendo y hablando.

El ascensor se llenó enseguida. Micaela, hábil, cargó a su hija para que no la fueran a pisar, y Gaspar cedió un espacio, ayudando a Micaela a acomodarse junto a él. Con su brazo largo, creó una barrera para protegerlas del apretujón de la gente.

El cuerpo de Micaela se tensó. Miró los números del elevador, deseando que llegaran pronto a su piso.

Gaspar, que le sacaba una cabeza de altura, la contemplaba de cerca. Su cara estaba tan próxima que Micaela podía sentir su respiración. Sus ojos la miraban de manera intensa, casi como si quisiera traspasarle los pensamientos.

Ella solo podía fijar la vista en los números del panel, rogando para que llegaran ya.

La garganta de Gaspar se contrajo. Después del divorcio, era la primera vez que tenía a su ex tan cerca, y sin poder evitarlo, sus ojos terminaron en los labios de Micaela. El recuerdo de esos años juntos lo sacudió y le apretó la garganta.

Después de todo, compartieron seis años como pareja.

—Ding—. Por fin, el grupo de turistas se bajó.

Micaela soltó el aire, bajó a su hija y le costó normalizar la respiración; había aguantado tanto que le dio un poco de mareo.

Gaspar la miró. Observó cómo subía y bajaba el pecho de Micaela, y bajo sus largas pestañas, se notaba una emoción difícil de descifrar.

A Micaela le molestaba tenerlo tan cerca. No soportaba su cercanía y aún menos, su presencia tan invasiva.

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