Micaela respondió con seriedad:
—No hace falta que vengas, estos días he estado ocupada.
Y era cierto. Pronto estaría aún más atareada, así que no quería que él perdiera su tiempo por su culpa.
—La última vez te dije que quería invitarte a ti y a Pilar a comer, no pienso romper mi palabra.
Micaela suspiró, un tanto resignada, y contestó:
—Podemos ir a comer en otra ocasión, no es necesario que vengas solo por eso. No quiero hacerte perder tu tiempo.
—Si estoy contigo, no siento que pierda el tiempo. Vale la pena.
Sin poder evitarlo, Micaela esbozó una pequeña sonrisa. La tenue luz del carro iluminaba su rostro cansado y el brillo de la pantalla del celular hacía resaltar esa sonrisa discreta en la comisura de sus labios.
En ese momento, Pilar notó el ambiente pesado dentro del carro. Levantó la mirada y vio a su papá observando fijamente a su mamá. Con curiosidad le preguntó:
—Papá, ¿por qué estás triste?
Gaspar vaciló un segundo, sus cejas afiladas se suavizaron y, con un tono cálido, le respondió:
—No estoy triste, hija.
Pilar, distraída, sacó un juguete de la bolsa de Micaela y se puso a jugar. Mientras tanto, Gaspar seguía mirando en silencio a Micaela, que aún estaba ocupada mandando mensajes.
Micaela intentaba convencer a Anselmo de que no fuera, asegurándole que lo mejor era que regresara tranquilo a su trabajo en la base.
Anselmo le escribió:
[Yo también quería acompañarte a Costa Brava, pero rechazaron mi solicitud para salir del país.]
Leer eso hizo que Micaela se quedara pensativa.
Él era militar; no podía salir del país tan fácilmente. Además, Micaela no deseaba que Anselmo se arriesgara por su culpa. Tenía que dejarle eso muy claro para evitar problemas en el futuro.
Siguió escribiendo, tan concentrada que no notó la forma en la que unos ojos la observaban sin parpadear, ocultando sentimientos difíciles de descifrar.
—Mamá, ¿y mi regalo? El que le quiero dar a papá —preguntó Pilar de pronto.
—Está en la maleta.
—¡Ah! Mamá, mi muñeca perdió su gorro, ¿me ayudas a buscarlo? —dijo Pilar, mostrando el juguete.
Micaela entonces grabó un mensaje de voz para Anselmo:
[¿Platicamos más tarde, te parece?]
Él le respondió también con un audio. Micaela lo puso en altavoz y la voz clara y profunda de Anselmo resonó en el carro:
[Perfecto, te llamo después.]
Micaela dejó el celular a un lado, encendió la luz trasera del carro y empezó a buscar el gorro de la muñeca en la bolsa. Cuando al fin lo encontró, Pilar se acomodó junto a ella para jugar.
Pilar le pidió que no apagara la luz trasera. Agotada, Micaela cerró los ojos y se recostó, buscando un poco de descanso.
Durante todo el trayecto, Gaspar no había conseguido que ella lo mirara ni una sola vez.
Él se quedó mirando el perfil cansado de Micaela. Tragó saliva casi sin darse cuenta y, estirando el brazo, acercó a su hija hacia él.
—Deja que mamá descanse un poco —le dijo, y luego apagó la luz sobre Micaela.
Gaspar encendió la luz de su lado para que Pilar pudiera seguir jugando. La niña, tranquila, se quedó en el regazo de su papá jugando con su muñeca, sin molestar a su mamá.
...
Al llegar a Villa Flor de Cielo, Micaela despertó. El chofer bajó la maleta y Gaspar, con su largo brazo, la tomó antes que ella.
—Déjame acompañarlas hasta arriba —le propuso.
—No hace falta —contestó Micaela, cortante.



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