Lionel Cáceres acababa de regresar del proyecto de investigación en la isla. Apenas puso un pie en el país, vino directo a ver a Samanta. Llevaba en las manos un ramo de rosas rojas, que colocó con cuidado sobre la mesa.
—¿Cómo te sientes? ¿Ya te encuentras mejor? —Lionel se sentó frente a la cama, mirándola con una preocupación imposible de ocultar.
—Lionel, gracias por venir a verme, ya me siento mucho mejor —respondió Samanta, y enseguida se tapó la cara con la mano—. No me veas, seguro que ahorita me veo fatal.
Lionel no pudo evitar soltar una risa suave.
—¿Cómo crees? Para mí, siempre vas a ser la más guapa.
Samanta, un poco más tranquila, bajó la mano y murmuró con amargura:
—Esta vez sí me asusté en serio... por un momento pensé que no la iba a librar.
—No digas esas cosas —frunció el ceño Lionel—. Justo hablé con el doctor hace rato y me dijo que ya estás estable en todo.
Samanta suspiró con cierto cansancio.
—Ojalá ya no me toque pasar por algo así otra vez.
Lionel, que también había hablado hace poco con la asistente de Samanta, sabía que Gaspar había regresado de urgencia desde el extranjero solo para verla. Eso le provocaba un nudo en el estómago, sobre todo porque él apenas se había enterado la noche anterior.
—¿Gaspar ha venido seguido a verte estos días? —preguntó, aunque la respuesta ya la sabía.
—Sí, pero anda súper ocupado. Le dije que no se preocupara tanto, que yo estaba bien y no hacía falta que viniera diario —Samanta sonrió, agradecida—. Lionel, de verdad gracias por hacerte un espacio para venir, me alegra mucho.
Lionel miró a la mujer que llevaba años queriendo y sintió un dolorcito en el pecho. Cuando más necesitaba a alguien, el que ocupaba sus pensamientos no era él.
Se quedó acompañándola hasta casi el atardecer, hasta que Adriana Ruiz llegó.
—Adriana, qué bueno que viniste —Lionel se levantó para saludarla.
Adriana le devolvió el saludo con amabilidad.
—Lionel, qué gusto verte.
—Bueno, te dejo a Samanta. Yo tengo una cena con Jacobo esta noche, ya me voy.
Los ojos de Adriana brillaron de emoción.
—¿Tienes una cena con Jacobo? ¿También va mi hermano?
—Tu hermano no pudo, solo Jacobo y yo —contestó Lionel.
Adriana no pudo ocultar sus expectativas. Samanta, que notó la ilusión en su mirada, intervino:
—Lionel, ¿por qué no invitas a Adriana a la cena? Yo aquí tengo a mi asistente y no hay problema.
Adriana le agradeció con una mirada llena de gratitud; hacía tiempo que no tenía oportunidad de ver a Jacobo.
Lionel lo pensó un segundo y asintió.
—Claro que sí, Adriana, vámonos.
—Samanta, te veo más tarde —dijo Adriana, tomando su bolso y saliendo detrás de Lionel.
...
Cuando llegaron al restaurante, Jacobo ya estaba ahí. Bajo la luz cálida, vestía un traje azul marino que le daba un aire sofisticado y elegante, el porte de un verdadero caballero.
Al escuchar sus pasos, levantó la mirada. Al ver a Adriana junto a Lionel, sus cejas se arquearon apenas.
—Jacobo, justo me topé a Adriana en el hospital. ¿Te parece si cenamos los tres? —comentó Lionel con una sonrisa.
Adriana era la hermana de Gaspar y parte de la familia Ruiz, así que Jacobo no podía rechazar la propuesta. Asintió, manteniendo la compostura.


Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica