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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 722

—Suéltame —dijo Micaela, luchando por apartar a Gaspar.

En ese instante, una mujer que iba sentada cerca no llevaba bien el cinturón y salió disparada hasta el pasillo, soltando un grito desgarrador que heló a todos.

El brazo de Gaspar, fuerte como si fuera de acero, apretaba a Micaela contra su pecho. Con una mano protegía su cabeza, y como ella estaba envuelta en una cobija, terminó completamente envuelta en su abrazo, sin posibilidad de moverse.

—No necesito esto —intentó protestar Micaela, sacando la mano de la cobija para empujarlo.

—No te muevas —ordenó Gaspar con firmeza, sujetándola.

El miedo la paralizó. Micaela cerró los ojos y sintió cómo el corazón le retumbaba en el pecho mientras alrededor los pasajeros gritaban, presa del pánico.

Por fin, el avión recuperó la estabilidad. Las sobrecargos salieron de inmediato para tranquilizar a todos, y un suspiro colectivo llenó la cabina.

—Suéltame —fue lo primero que Micaela dijo, ya recuperada, empujando a Gaspar lejos de ella.

Él no insistió. La dejó ir, pero sus ojos seguían fijos en su cara.

Micaela tenía la cara pálida y descompuesta; el cabello desordenado tapándole la mirada, clara señal de lo asustada que había estado.

—¿Estás mejor? —preguntó Gaspar, y de pronto le apartó el cabello de la frente con la mano.

Micaela, como si le hubieran picado, le apartó la mano de un manotazo.

—No me toques.

Gaspar no mostró molestia. Prefirió no seguir provocándola.

Las sobrecargos comenzaron a recorrer la cabina, revisando si alguien se había lastimado.

El resto del vuelo transcurrió en calma. Los pasajeros poco a poco recobraron la compostura, y pronto el avión empezó el descenso. Las luces de Ciudad Arborea ya se veían nítidas a través de la ventanilla.

Micaela miraba el paisaje nocturno con una sola idea en mente: quería bajar de ese avión cuanto antes.

Cuando el avión se detuvo y abrieron la puerta, se puso de pie en cuanto pudo. Gaspar le preguntó:

—¿Alguien viene por ti?

—No es asunto tuyo —le soltó Micaela, bajando primero.

Gaspar se apresuró a seguirla. No tenía claro si alguien vendría por Micaela, pero ya era noche y le preocupaba que ella tuviera que tomar un taxi sola de regreso al centro.

La verdad era que Micaela no había pedido que nadie fuera por ella. Aunque le pidiera a Franco que lo arreglara, ya era tarde para eso. Decidió pedir un taxi.

En la banda de equipaje, Micaela recogió su maleta. Gaspar apareció detrás, también con su equipaje.

Al salir, Enzo ya la esperaba. En cuanto la vio, fue directo a saludarla.

—Señorita Micaela.

—Enzo —asintió ella.

—Señorita Micaela, el carro está de este lado —dijo Enzo con prisa.

—No pienso ir en su carro —rechazó Micaela, mirando hacia donde estaban los taxis.

En ese momento, Gaspar se acercó a grandes zancadas y le dijo a Enzo:

—Llévala al centro tú. Yo me voy en taxi.

—Señor Gaspar, mejor vámonos todos juntos —sugirió Enzo, nervioso.

—Ella no quiere ir conmigo. Llévala tú —la voz de Gaspar fue lo bastante fuerte para que Micaela lo oyera.

Al ver la situación, Enzo apuró el paso para detener a Micaela.

—Señorita Micaela, déjeme llevarla. Es peligroso que una chica joven tome un taxi sola a estas horas.

Micaela se sorprendió. Tal vez Jacobo estaba paseando cerca.

[Acabo de llegar] —respondió.

[Ok, descansa. No te molesto más.]

[Gracias por preocuparte.]

Después de cenar, se dio un baño y se fue directo al estudio a trabajar. Tenía mucha información y datos de laboratorio sin revisar.

En lo que restaba de la semana, prefería no salir a menos que fuera necesario. Era mejor enfocarse en terminar su trabajo.

A esa hora, decidió no molestar a su hija; seguro ya estaba por dormirse.

Por la noche, acostada en la cama, las imágenes del susto en el avión la asaltaron. Durante esos segundos, su mente quedó en blanco. Pensó en su hija.

Si algo le hubiera pasado a ella y a Gaspar en ese vuelo, ¿qué sería de su niña?

En ese momento, entendió que, ante la muerte, cualquier resentimiento perdía sentido. Sólo quería sobrevivir.

Cerró los ojos y se obligó a dormir.

Al despertar, ya amanecía.

Decidió ir temprano al laboratorio. Fue de las primeras en llegar. Ramiro la vio y se sorprendió.

—Llegaste bien temprano.

—Sí, hoy no me tocaba llevar a la niña, así que vine directo.

—¿Desayunaste ya? —preguntó Ramiro.

—Todavía no —respondió Micaela, negando con la cabeza.

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