Anselmo se quedó parado en el mismo sitio, viéndola alejarse, sin poder ocultar ese dejo de nostalgia que le apretaba el pecho.
A su lado, uno de los empleados le susurró:
—Sr. Gaspar, ya podemos pasar a abordar el vuelo.
Gaspar notó que Anselmo por fin se dio la vuelta y empezó a irse; entonces, apartó la mirada y asintió, con el rostro impasible, como si nada le afectara.
...
Micaela se acomodó en su asiento y miró de reojo el lugar a su lado. El pasajero aún no llegaba. ¿Será que nadie se sentaría ahí?
Apenas estaba pensando eso, escuchó la voz alegre de una azafata dándole la bienvenida a un nuevo pasajero.
Micaela levantó la vista. Sus pupilas se abrieron con sorpresa.
—¿Qué rayos hace él en este vuelo?
Gaspar entró al avión con paso seguro, tan tranquilo y elegante que varias azafatas no pudieron evitar seguirlo con la mirada.
No perdió tiempo buscando su asiento. Fue directo hacia donde estaba Micaela y se sentó junto a ella. Con los labios apretados, la miró y soltó:
—Qué coincidencia, ¿no?
Con sus dedos largos, aflojó el botón de su saco, se acomodó estirando el cuerpo y las piernas como si nada.
Micaela de inmediato desvió la mirada hacia la ventanilla, con la cabeza llena de ideas. ¿Todavía podría cambiarse de lugar?
Pero no, era obvio que el vuelo iba lleno; cuando ella subió, notó que casi todos los asientos estaban ocupados.
Gaspar, sin apuro, se abrochó el cinturón y giró la cabeza para observar a Micaela, que seguía pegada al cristal, dándole la espalda.
Ella, incómoda, se encogió aún más hacia la ventana justo cuando el avión comenzó a moverse por la pista.
El cielo afuera se veía gris, como si la tormenta estuviera a punto de caer. De repente, la lluvia empezó a golpear el vidrio con fuerza, y el ambiente dentro del avión se volvió más tenso.
En ese momento, el avión aceleró rumbo a la pista. Micaela sintió el empuje brutal del despegue y el estómago se le subió a la garganta. Sin pensarlo, apretó fuerte los descansabrazos.
Gaspar la miró de lado. Notó cómo ella cerraba los ojos con fuerza, con el pánico pintado en la cara. Le habló con voz profunda y serena:

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