Samanta asintió, pensativa.
—Está bien, ve entonces.
Adriana ni siquiera se despidió y salió disparada en dirección a Grupo Montoya.
A las cuatro en punto, Adriana ya estaba frente al edificio principal de Grupo Montoya. Había trabajado antes ahí, así que las chicas de recepción la reconocieron y la dejaron pasar sin problemas.
Subió directo al piso de las oficinas de Jacobo. Cuando se abrieron las puertas del elevador, cruzó el puente que conectaba las áreas con una soltura que solo da la costumbre. La secretaria, al verla, no pudo ocultar su sorpresa.
—Señorita Adriana, ¿qué hace por aquí?
—Vengo a buscar al señor Jacobo, ¿está en su oficina?
—Acaba de salir de una reunión, está adentro trabajando.
Adriana llegó hasta la puerta de Jacobo, tocó un par de veces y, al escuchar su voz desde dentro, empujó la puerta.
Jacobo estaba revisando unos papeles. Alzó la mirada y frunció el entrecejo.
—¿Adriana? ¿Qué pasa?
—Jacobo, tengo algo importante que decirte —se acercó con paso rápido—. Es sobre Micaela.
—¿Qué le pasó a Micaela? —Jacobo se tensó de inmediato—. ¿Le ocurrió algo?
Por un instante, Adriana dudó. ¿De verdad Jacobo se preocupaba tanto por Micaela? Tragó saliva, tratando de ocultar el nudo que sentía en el pecho. Pensó en todo lo que estaba a punto de decirle y en lo mucho que le dolería escucharlo.
—Jacobo, sabes que Micaela fue a Villa Fantasía por trabajo estos dos días, ¿verdad? Pero la verdad es que no fue solo por trabajo. Allá estuvo saliendo con otro hombre.
Adriana lo soltó con una seguridad que no dejaba espacio para dudas.
—Te está usando.
La mirada de Jacobo se afiló. Sus ojos se volvieron duros, su expresión se cerró.
—Adriana, yo conozco a Micaela mejor que tú.
Al ver que Jacobo seguía defendiendo a Micaela, Adriana sintió rabia y hasta se le humedecieron los ojos. Se apoyó en el escritorio con ambas manos.


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