—Ya basta —Jacobo se puso serio, la expresión endurecida—. No te corresponde a ti juzgar cómo es Micaela.
Adriana sintió como si le hubieran dado una bofetada. Sus ojos se llenaron de lágrimas en un instante, una oleada de tristeza le atravesó el pecho.
Jacobo soltó un suspiro cansado y se llevó la mano a la frente, apretando los dedos sobre las cejas como si intentara borrar el agotamiento.
—Regresa a casa, por favor.
Adriana retrocedió un paso, apretando los labios hasta dejarlos rojos, y se dio la vuelta antes de que las lágrimas rodaran por su cara. Salió del lugar con paso tembloroso.
Al subir a su carro, se dejó caer sobre el volante y rompió en llanto. Pensaba tanto en Jacobo, se preocupaba por él, ¿y esto es lo que recibía a cambio? ¿Cómo no iba a sentirse herida?
Ver cómo Micaela jugaba con Jacobo la hacía sufrir. Sentía un dolor en el pecho, impotente ante la situación.
...
Después de que Adriana salió de la oficina, Jacobo ya no pudo concentrarse en el trabajo. Su mente estaba atrapada en una sola pregunta que le daba vueltas sin descanso.
¿Será cierto que Micaela anda con Anselmo?
Estuvo dudando un rato, pero al final tomó su celular y marcó el número de Gaspar.
—¿Bueno? —respondió Gaspar del otro lado.
—Gaspar, ¿tienes un momento? Quiero platicar contigo —Jacobo fue directo.
—Claro, dime —contestó Gaspar, relajado.
—Adriana vino a buscarme hace rato. Me habló de Micaela —Jacobo bajó la voz—. Dijo que te vio en la Universidad de Medicina Militar con ella y el señor Anselmo...
Gaspar no intentó negarlo.
—Así es, los encontré por allá.
Jacobo apretó el celular, los nudillos tensos.
—Entonces, ellos... ¿hay algo entre ellos?
—Fuimos a Villa Fantasía para una reunión. El secretario de Estado nos invitó a todos, para hablar sobre el futuro de la medicina. Anselmo, como heredero, nos estuvo atendiendo —explicó Gaspar sin rodeos.
Hubo un silencio en la línea, largo y pesado.
Gaspar fue el primero en romperlo.
—Anselmo es buena persona. Viene de una familia de peso, es recto y trata bien a Micaela.
Jacobo tuvo que aceptarlo. Si nunca hubiese tratado a Anselmo, tal vez pensaría que era un tipo arrogante, alguien presumido por su apellido. Pero después de convivir con él la última vez, se dio cuenta de que no era así.
Jacobo dejó el celular sobre el escritorio. Caminó hasta el ventanal, mirando la ciudad como si buscara respuestas en el horizonte. De repente, también le dieron ganas de fumar. Se giró y marcó la extensión de su asistente.
—¿Bueno? Señor Jacobo.
—Tráeme una cajetilla de cigarros.
—¿Cigarros...? —la sorpresa del asistente se notó al instante.
—Sí, cigarros —Jacobo fue contundente.
—Enseguida, señor.
...
Al salir del trabajo, Micaela vio que tenía una llamada perdida de Zaira. De inmediato, la devolvió.
—Micaela, ¿ya viste el correo? La fundación de Ruiz Farmacéutica se inaugura el mes que viene.
Micaela frunció el ceño y revisó el correo desde la computadora. Ahí estaba, justo el mensaje sobre la fundación.
—Señora Zaira, usted sería la indicada para dar el discurso —intentó declinar Micaela.
—¡Pero si el correo dice claramente que te invitan a ti para hablar en la ceremonia! —rio Zaira con calidez—. El tema es sobre el combate a la leucemia y el futuro de la inteligencia artificial en medicina. Esos son tus logros. ¿Cómo me voy a adueñar del crédito? Ese discurso es todo tuyo.

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