Lionel pensó que el alcohol le estaba jugando una mala pasada; se puso de pie de golpe.
—Sa... ¿Samanta? ¿Qué haces aquí?
Samanta le lanzó una mirada rápida y luego se dirigió a Gaspar.
—Gaspar, ¿me dejas platicar un momento a solas con Lionel?
Gaspar le echó una última mirada a Samanta, tomó su saco del respaldo de la silla y le habló a Lionel.
—No tomes tanto.
Sin esperar respuesta, Gaspar se fue directo hacia la salida.
Samanta ocupó el lugar que él había dejado. Clavó la mirada en Lionel durante unos segundos y le soltó con un tono casi tan cortante como el filo de un cuchillo:
—Lionel, ¿desde cuándo tienes que andar metiéndote en mis asuntos?
Lionel se quedó en blanco, mirando a Samanta. Rara vez la veía enojada con él, pero ahora, Samanta parecía una rosa roja llena de espinas, con un brillo de furia en los ojos que estaba a punto de estallar.
Se sintió como un globo al que le sacaron el aire; bajó la voz.
—Solo... no soporto verte así...
Samanta soltó un suspiro y no pudo evitar decirle:
—De verdad eres un necio.
Lionel la miró, tragando saliva, y su voz se suavizó aún más.
—Lo que pasa es que no me gusta verte sufrir.
Samanta tomó el vaso con la bebida que Gaspar había dejado y lo llevó a sus labios.
—¿Sufrir? Lionel, desde el día que decidí quererlo, supe que esto podía pasar.

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