Adriana alzó la cabeza de golpe, los ojos llenos de incredulidad.
—¿Hermano, quieres que me disculpe?
Se soltó bruscamente de la mano de Gaspar.
—Yo no hice nada malo. ¿Por qué tendría que disculparme? No lo voy a hacer —escupió, mirando a Micaela con furia—. ¿Qué le diste a mi hermano? Desde que se divorció, siempre está de tu parte.
Micaela observó la escena con indiferencia y dio media vuelta, lista para marcharse. Total, la hermana consentida de Gaspar no era asunto suyo.
—¡Detente! —Adriana, terca, se le fue encima, como si quisiera detenerla a la fuerza.
Gaspar reaccionó en un parpadeo y se interpuso entre las dos, su voz tan cortante que heló el ambiente.
—Adriana.
El susto paralizó a Adriana. Las lágrimas, llenas de rabia contenida, le brotaron de inmediato.
—Hermano, ¿me gritas por ella...?
Micaela giró la cabeza apenas para mirar la escena. Cuando estaba por irse, chocó de frente con el pecho de un hombre. Soltó un grito de sorpresa y retrocedió, pero unos brazos firmes la sujetaron antes de que pudiera alejarse.
Cuando levantó la vista, la cara de Jacobo apareció frente a ella. El sobresalto fue tal que casi pierde el equilibrio: acababa de estrellarse contra Jacobo.
Al escuchar el grito de Micaela, Gaspar volteó de inmediato. Sus ojos, tras las gafas, se afilaron como cuchillas. Lo primero que vio fue a Jacobo abrazando a Micaela, y lo que más lo desconcertó: Micaela no se apartó de inmediato.
Adriana también quedó pasmada, los labios entreabiertos, devorada por la envidia, sin saber qué decir.
Jacobo, aún con Micaela entre sus brazos, le habló con voz suave:
—¿No te lastimaste?
Micaela dio un paso atrás, la cara le ardía. Después de todo, la culpa era suya por no mirar por dónde iba.
—Estoy bien.
Jacobo entonces miró a Gaspar.
—Gaspar, ¿qué pasó aquí?
En ese instante, Adriana miró a su hermano con súplica, esperando que tuviera piedad y no contara lo ocurrido frente a Jacobo. Y es que, aunque solía ser atrevida con su hermano, frente a Jacobo se sentía pequeña, intimidada por el hombre que le gustaba.
Gaspar le sostuvo la mirada a su hermana, la voz firme y sin espacio a discusión.
—Pídele disculpas a Micaela.
Enzo, notando la seriedad del asunto, se acercó de inmediato.
—Señorita Adriana, por aquí, por favor.
Adriana tragó saliva, furiosa, y al ver el semblante de su hermano, decidió callar. Le lanzó a Micaela una mirada llena de resentimiento y salió del lugar bufando.
El pasillo quedó en un silencio extraño, casi pesado.
Gaspar entonces se volvió hacia Micaela.
—Discúlpame por Adriana.
Micaela no respondió y, sin mirar atrás, le habló a Jacobo:
—Voy a entrar.
Sin más, caminó hacia el salón, sus tacones resonando con firmeza sobre el mármol.
Ambos hombres la siguieron con la mirada. Bajo las luces, su silueta se veía delgada pero firme, como si ninguna tormenta pudiera doblarla.
Jacobo miró a Gaspar, que tenía el gesto endurecido. Pensó en decirle algo para consolarlo, pero al final solo le dio unas palmadas en el hombro. Después de todo, era un asunto familiar y no le correspondía meterse.

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