Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 806

Micaela sabía que, si iba a dejar a su hija al cuidado de Gaspar, no podía seguir con esa actitud tan distante. Así que asintió con la cabeza y respondió:

—Sí, ya entendí.

Gaspar no tardó en agregar:

—Enzo te está esperando abajo en el estacionamiento. Deja que él te lleve al aeropuerto.

Ya había llamado a Enzo hacía unos minutos, y para que pudiera estar disponible en cualquier momento, Enzo había alquilado un departamento en otro edificio de la Villa Flor de Cielo.

Micaela se quedó pensando un instante, levantó la vista y miró a Gaspar. Pero él ni siquiera parecía esperar que ella le diera las gracias. Con su hija dormida en brazos, salió directo por la puerta.

Por lo general, Micaela no quería aceptar ningún favor ni arreglo de su parte. Sin embargo, tenía que apurarse para no perder el vuelo, así que dejó el orgullo de lado. Empacó a toda prisa una maleta pequeña y bajó las escaleras.

En el estacionamiento, Enzo la esperaba junto al elevador y la saludó animado:

—Señorita Micaela, qué bueno que llegó. Vamos, suba al carro.

Enzo había llevado el Maybach de Gaspar y, sin perder tiempo, acomodó la maleta de Micaela en la cajuela.

Micaela abrió la puerta trasera y se acomodó en el asiento, sintiéndose un poco incómoda con toda la situación.

...

En la recámara principal del piso veintisiete, Gaspar depositó a Pilar con muchísimo cuidado sobre la cama. La pequeña, inquieta, pateó el aire con sus piecitos, pero Gaspar se echó a su lado, la abrazó despacio y le acarició la espalda.

—Tranquila, papá está aquí —susurró con cariño.

Pilar, envuelta en el calor y la seguridad de su papá, volvió a dormirse sin problemas. Después de todo, Gaspar era quien más la había arrullado desde que era chiquita. Rodeada por su abrazo, la niña se acomodó y terminó pegando la carita contra el pecho de su papá, entregándose de lleno al sueño.

...

Durante el trayecto al aeropuerto, Micaela iba sumida en sus pensamientos. Enzo no la interrumpió en ningún momento, aunque alcanzó a escuchar que ella seguía mandando y recibiendo mensajes por su celular.

Una hora más tarde, Enzo la acompañó hasta la entrada del aeropuerto y, como buen caballero, la escoltó hasta el filtro de seguridad.

—Señorita Micaela, avísele al señor Gaspar cuando llegue, ¿sí? No vaya a ser que se preocupe.

—Gracias, Enzo —dijo Micaela con una sonrisa.

—No tiene de qué —respondió él, despidiéndose con la mano antes de marcharse.

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