—¿Tú ya sabes? —preguntó Damaris, curiosa.
—¡Claro que lo sé! Una experta en medicina llamada Lara —exclamó Adriana con voz alta y segura.
Micaela se quedó pensativa unos segundos, levantó la mirada para ver a Adriana, quien, con un aire misterioso, añadió:
—Mamá, ¿puedes adivinar quién es esta Lara?
Damaris soltó una risa ligera.
—Ay, ¿cómo quieres que adivine? Mejor dime de una vez.
Adriana infló el pecho, presumiendo:
—Resulta que ella es la hermana de Samanta, pero solo por parte de papá. Una experta joven, una genio de la medicina.
La noticia dejó a Micaela sorprendida. ¿Lara era la hermana de Samanta por parte de papá?
Damaris abrió los ojos de asombro.
—¿En serio? ¡Las dos hermanas tan brillantes!
Gaspar no dijo nada, pero una sonrisa fugaz se le notó en la mirada.
—Ese medicamento especial que mencionan es el primero en el mundo, lo lograron aquí, en el laboratorio que financió mi hermano —dijo Adriana, desbordando admiración.
Damaris le lanzó a su hijo una mirada llena de orgullo, pero luego su vista se posó en Micaela, quien permanecía en silencio. En sus ojos se notaba cierto desdén.
“Con tantas mujeres talentosas allá afuera, ¿cómo es que mi hijo terminó casándose con alguien tan común? Si hubiera elegido mejor, no estaría ahora con una esposa tan simple”, pensó Damaris.
—Mica, ¿y tú qué has hecho últimamente? —preguntó Florencia, cambiando el tema.
—Sigo estudiando en la facultad de medicina —respondió Micaela, serena.
—¿Cómo? ¿Todavía vas a la universidad? —interrogó Adriana, entornando los ojos.
—Sí, pienso terminar la carrera —asintió Micaela.
—Entonces cuando te gradúes ya tendrás como veintiocho años, ¿no? Pero, ¿de qué sirve que vayas a medias? Mira a Lara, con veinticinco ya desarrolló un medicamento revolucionario —aventó Adriana, con tono burlón.
Micaela sonrió apenas.
—¿De verdad? ¿Estás segura que fue ella quien lo desarrolló?
Adriana resopló.
—Salió hasta en las noticias, ¿qué? ¿Acaso fuiste tú?
Micaela solo sonrió y se quedó callada.
—Ya, suficiente. Que tu cuñada haya regresado a la escuela es algo bueno —intervino Florencia, defendiendo a Micaela.
En ese momento, avisaron que la cena estaba lista y todos se sentaron a la mesa. Cuando terminaron de cenar, Micaela quiso llevarse a su hija a casa, pero la niña se encariñó con Damaris y terminó quedándose a dormir en la mansión Ruiz.
Sin poder llevársela, Micaela se despidió y salió a las ocho y media.
Al salir, le marcó a Emilia.
—¿Puedo quedarme a dormir hoy en tu casa? —preguntó.
Por supuesto, Emilia aceptó encantada. Ahora que estaba oficialmente soltera, cualquier visita era bienvenida.
Justo cuando Micaela llegó al edificio de Emilia, su celular sonó. Vio el nombre de Gaspar en la pantalla.
—¿Bueno? —contestó ella, sin emoción.
—¿Dónde estás? —preguntó Gaspar, seco.
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