Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 822

Gaspar estaba sentado en la silla junto a la cama, sin apartar la vista ni un segundo del rostro dormido de Micaela. Su cara, pálida, tenía un rubor extraño, y en su sueño parecía tan tranquila y desprotegida como una niña.

Gaspar se sentía aliviado de haber insistido en seguirla, pues gracias a eso había logrado llevarla al hospital a tiempo.

El suero frío del invierno había dejado el brazo de Micaela tan helado como un trozo de hielo. Gaspar extendió la mano y tomó la suya, la misma que tenía la aguja todavía puesta. Tal como imaginaba, estaba helada.

Cubriéndola con su propia palma, buscó transmitirle algo de calor.

Afuera, Enzo esperaba en silencio, sin atreverse a entrar.

El tiempo pasaba lentamente y el sonido de la lluvia afuera parecía acentuar el silencio del cuarto. Solo se escuchaban las gotas golpeando la ventana, amplificando la calma que reinaba en la habitación.

Hasta que la puerta se abrió y una enfermera entró, sacando a Gaspar de sus pensamientos. Ella revisó el suero, que ya había terminado, y se acercó para quitarle la aguja a Micaela.

Cuando la enfermera se marchó, Gaspar presionó suavemente el sitio de la punción hasta ver que la sangre dejaba de salir. Luego, llevó la mano a la frente de Micaela para comprobarle la temperatura: ya no estaba tan caliente, aunque la fiebre no había desaparecido por completo.

Notó que su mano seguía igual de fría. No la soltó, y siguió sujetándola hasta sentir que su calor volvía poco a poco. Solo entonces la cubrió con la sábana.

Gaspar se acomodó en la silla, dejando que la tenue luz del pasillo llenara la habitación de una quietud indescriptible.

Micaela dormía profundamente, como si hacía mucho que no lograba descansar así. Su expresión reflejaba una paz y satisfacción que rara vez mostraba.

Se veía tan diferente, despojada de la distancia y la indiferencia que solía tener con él, mostrándose ahora tan frágil y serena.

Gaspar se permitió observar cada rasgo de su cara, y los recuerdos llegaron sin control, como caballos desbocados. Eran memorias tan vívidas que casi podía tocarlas: momentos que solo existían entre los dos.

Su mirada se fue haciendo más profunda, perdida en esa mezcla de recuerdos y emociones. En ese instante, Micaela, todavía dormida, se giró de lado, quedando frente a él. Sus labios se movieron levemente, y Gaspar, sin saber por qué, dejó escapar una pequeña sonrisa mientras la contemplaba.

El tiempo siguió pasando. Cerca de las cuatro de la mañana, las largas pestañas de Micaela temblaron antes de que abriera los ojos lentamente. Mientras la conciencia volvía, la sensación de aturdimiento provocada por la fiebre empezó a disiparse.

Parpadeó varias veces, acostumbrándose a la luz. Lo primero que vio fue el techo decorado con flores, y por unos segundos no entendió dónde estaba.

¿Esto era… un hospital?

Sus pupilas se dilataron y la memoria volvió poco a poco. Recordó que se había desmayado en el elevador. Gaspar también estaba allí.

Instintivamente, Micaela se incorporó y miró hacia la silla.

En la penumbra, Gaspar estaba sentado junto a la cama, con los ojos cerrados, como si descansara.

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