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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 823

—Está bien, te llevo de regreso —soltó Gaspar, con un tono tan firme que no dejaba espacio para rechazos.

—No hace falta —replicó Micaela de inmediato.

El hotel quedaba justo al frente, y además, estando en Villa Fantasía, todo era muy seguro.

Gaspar frunció el ceño.

—No quiero que vuelvas a desmayarte en medio del camino y nadie pueda ayudarte.

A Micaela se le atoraron las palabras en la garganta. Era cierto, esta vez le debía ese favor a él, pero le molestaba la sensación de depender de alguien, sobre todo si ese alguien era su exesposo.

—De verdad, no te preocupes —dijo, tratando de sonar más tranquila. Ya se sentía mucho mejor y, al tocarse la frente, notó que la fiebre ya se le había bajado.

Apenas salió por la puerta, Gaspar fue tras ella. Eran las cuatro de la mañana y, entre la brisa helada y la soledad de la plaza, el frío se colaba hasta los huesos. Micaela llevaba un abrigo de lana, pero aun así tiritaba. De pronto, Gaspar se desabrochó el saco y se lo puso sobre los hombros.

Ella sintió el peso en los hombros, el aroma a cedro tan típico de Gaspar envolviéndola. Casi de inmediato, intentó quitarse el saco sin pensarlo dos veces.

—Quítalo, no lo necesito —dijo, con voz cortante.

Ni siquiera alcanzó a tocar la tela cuando la mano de Gaspar se posó firme sobre su hombro, deteniendo su intento.

—Déjalo puesto —ordenó, sin dejar lugar a dudas.

Micaela alzó la mirada de golpe. Bajo la luz tenue de los faroles, sus ojos se cruzaron. Su mirada se endureció, como si lanzara dagas.

—Te dije que lo quites.

Ahora su voz sonaba todavía más dura.

—No empieces —le respondió Gaspar, pero esta vez su tono tenía un dejo de ternura que antes no había mostrado—. Sigues con fiebre, no puedes exponerte al frío.

Su mano seguía firme sobre el hombro de Micaela, y el saco de Gaspar sí que la protegía del viento que arremetía con fuerza.

Micaela forcejeó, terca, sin querer deberle ni eso.

Aun así, no aflojó el paso y cruzó la plaza con paso firme, sin titubear, hasta llegar a la entrada del hotel.

Al entrar al vestíbulo, donde el aire cálido los envolvió, Gaspar la bajó al suelo con cuidado y recuperó su saco.

Micaela no dijo ni una palabra. Caminó directo hacia el elevador, sin mirar atrás, sin siquiera regalarle un gesto de agradecimiento.

Gaspar se quedó parado unos segundos, inmóvil, antes de decidirse a seguirla.

Enzo enseguida se les unió. Cuando Micaela entró al elevador, ellos también lo hicieron. El silencio era tan denso que daba escalofríos.

Al llegar frente a su habitación, Micaela pasó su tarjeta y se metió sin decir nada. Enzo sacó su propia tarjeta y abrió la puerta de la habitación contigua.

—Sr. Gaspar, descanse usted también, ¿sí?

—Sí —respondió Gaspar, quedándose en el pasillo, sin moverse.

Enzo se despidió y se fue. Gaspar, con el saco en la mano, se apoyó en la pared del pasillo y se frotó el entrecejo, con un gesto de cansancio y un dejo de tristeza en la mirada.

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