Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 834

Hasta que Lionel la besó, Paula entró en pánico, pero ya estando el hombre tan borracho, y creyendo que ella era la chica que amaba, ¿cómo iba a detenerse tan fácil?

No supo cuánto tiempo pasó. El aliento de Lionel, pesado y cálido a su lado, terminó por calmarse cuando él se quedó dormido, aunque su brazo seguía aferrado a ella, como si fuera su única tabla de salvación.

Paula intentó moverse despacio. Por suerte, una vez dormido, Lionel también se relajó.

Cuando logró apartar la sábana para bajarse de la cama, el manchón rojo sobre la tela la asustó. Se quedó helada, sin saber qué hacer, pero al final, aceptó con resignación que todo había sido de mutuo acuerdo. Paula soltó un suspiro y se levantó para irse.

Ya llevaba dos horas en la recámara principal. Apenas salió, el mayordomo se acercó en cuanto la vio, notando su cabello suelto y los llamativos chupetones en el cuello. Se quedó sorprendido.

—Señorita Paula, esto...

—Por favor, no digas nada de mi visita esta noche. Ni a tu patrón ni a nadie. Y la sábana... está sucia. Cuando despierte el señor, cámbiala, ¿sí? —dijo Paula, visiblemente cansada, y se marchó.

El mayordomo entendía perfectamente lo ocurrido en la recámara. Solo de recordar lo ebrio que había llegado el patrón, no pudo evitar suspirar.

—¡El alcohol solo trae problemas!

...

A la mañana siguiente, Lionel se despertó abrazándose la cabeza, con una resaca que lo hacía sentir como si le hubieran exprimido hasta la última gota de energía. Se quedó unos segundos mirando el techo antes de destaparse y bajar de la cama.

De pronto, notó una mancha roja en la sábana gris. Frunció el ceño, desconcertado.

—¿Qué es esto? ¿Sangre? ¿Pero de dónde?

No tenía ganas de pensar demasiado, su cabeza palpitaba a causa de la resaca.

En ese momento, al moverse, algo cayó: era un collar de mujer, con una cadenita elegante que se veía costosa.

Lionel se quedó pasmado. ¿Cómo había terminado un objeto de mujer en su cama? ¿Qué había pasado la noche anterior?

Recordaba que Jacobo lo había llevado a casa, así que estaba seguro de no haber traído a nadie.

Fue directo al baño a darse una ducha. Al regresar, ya más despejado, recogió el collar y lo examinó un momento antes de dejarlo en un cajón.

Al salir, el mayordomo se le acercó de inmediato.

—Señor, ¿le duele la cabeza? ¿Quiere que le prepare un té de jengibre para la resaca?

—Ya se me está pasando. Dime, ¿quién vino anoche a la casa?

—El señor Joaquín y... —el mayordomo dudó.

—¿Y...? —Lionel alzó una ceja, esperando.

—Nada más, solo el señor Joaquín —se apresuró a decir el mayordomo, negando con la cabeza.

No podía decir que Paula había estado allí, tal como ella le había pedido. No quería que nadie supiera lo de anoche.

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