Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 847

Micaela casi rechinó los dientes de la rabia, soltando insultos en voz baja. Sentía tal enojo que apenas podía controlarse. ¿Por qué ese tipo se creía un salvador? ¿Y por qué tenía que enterarse de todo a sus espaldas?

El pecho de Micaela subía y bajaba con fuerza, los ojos se le pusieron rojos sin poder evitarlo. Apretó el celular con tanta fuerza como si fuera un cuchillo. Si Gaspar estuviera frente a ella en ese momento, sin dudarlo se lo clavaría directo al corazón.

—Perdóname, cometí un error —dijo Gaspar al otro lado de la línea, admitiendo su culpa y disculpándose de inmediato—. No debí ocultar lo de la enfermedad de mi mamá. Pensé que tenía la situación bajo control, quería evitar que se preocuparan. Sé que actué como un idiota y te lastimé. Entiendo que ahora no importa cuántas veces te pida perdón, no va a...

Pero Micaela lo interrumpió, harta y con voz cortante.

—No me vengas con tus disculpas. Dime si el equipo del doctor Ángel se va a regresar contigo al país o no.

—Sí. Hace unos años me autorizaron a montar un laboratorio privado allá y el equipo va a seguir con las investigaciones en ese laboratorio. Todo va a arrancar en serio, Micaela, y necesito que me ayudes.

Micaela sentía el impulso de seguir reclamando, de gritarle, de soltarle todo el dolor y la furia, pero entendía que, aunque lo insultara o le pegara, nada cambiaría lo que ya estaba hecho.

—Está bien. Cuando Ángel regrese, lo hablamos —dijo, acomodándose el cabello largo detrás de la oreja. De pronto sintió que le fallaban las piernas y buscó apoyarse en algo, pero terminó tirando al suelo un montón de papeles y, para colmo, rompió una taza de café.

El ruido llamó la atención de Gaspar al instante.

—Micaela, ¿qué pasó? ¿Estás bien?

Ella miraba el desastre en el piso, la mancha de café, los papeles por todas partes. Todo ese caos se lo cargaba mentalmente a Gaspar. Contestó con voz dura:

—Gaspar, te odio.

—Lo sé —la voz al otro lado no se defendió, aceptó el reproche y la rabia sin chistar—. ¿Te lastimaste? ¿No dormiste nada anoche?

—No necesito que te preocupes por mí —contestó Micaela, atravesada por el coraje.

—Perdón.

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