Gaspar observaba a Jacobo, quien se había interpuesto entre él y Micaela. Sus ojos se oscurecieron por un instante, y en el fondo de su mirada surgió una especie de deseo de posesión, casi instintivo, que ni él mismo terminaba de comprender.
En ese momento, Franco le sonrió a Jacobo y le recordó:
—Señor Jacobo, también está el señor Gaspar aquí.
Jacobo se mostró un poco sorprendido, giró la cabeza y, al ver a Gaspar del otro lado de varias mesas, levantó la mano y saludó:
—Gaspar, no sabía que habías venido.
Desde su lugar, Gaspar alzó su copa en dirección a Jacobo, devolviendo el saludo de manera relajada.
Micaela, calmada, se llevó un trozo de melón a la boca y aprovechó para preguntarle a Jacobo asuntos sobre la primaria de los niños.
Jacobo estaba pensando a qué escuela inscribir a Viviana. Con los recursos que tenía, podía elegir el mejor colegio para ella.
—Creo que podríamos buscar una escuela donde los niños estén juntos, así tendrían compañía —comentó Jacobo con una sonrisa.
Micaela sonrió apenas.
—Todavía lo estoy pensando.
—No hay prisa, aún falta tiempo —respondió Jacobo, devolviendo la sonrisa.
En ese instante, Gaspar se levantó para contestar una llamada. Frunció el entrecejo, miró a Micaela y luego se acercó a sus colaboradores para decir algo. Después, se dirigió a donde estaban Micaela y Jacobo.
—¿Señor Gaspar, ocurre algo? —Franco se levantó para recibirlo.
Gaspar le hizo una leve seña con la cabeza y miró a Micaela:
—Me retiro primero.
Micaela alzó la vista, y con tono distante dijo:
—No soy tu jefa, no tienes que avisarme.
Gaspar esbozó una sonrisa, como si la actitud de Micaela no le afectara para nada. Le dio una palmada amistosa en el hombro a Jacobo.
—Nos vemos luego.
Jacobo le asintió y Gaspar, con paso apurado, se marchó como si en verdad tuviera algo urgente.
—Yo tampoco lo he visto.
—En ambientes como este, quizá prefiera no venir —agregó Lionel, intentando tranquilizarla.
Samanta apartó la tristeza y enderezó la espalda. En ese momento, el alcalde Villegas subió al escenario y comenzó su discurso. Quince minutos después, el salón estalló en aplausos.
...
Micaela decidió ir al baño para retocarse el maquillaje. Mientras caminaba por el pasillo silencioso, una voz la detuvo:
—Micaela, ¿tienes un momento para platicar?
Era Samanta. Su rostro mostraba cortesía, pero en el fondo de su mirada había un claro tono de desafío, sin ocultarlo.
Micaela la observó de arriba abajo, con una expresión compleja, como si la viera en serio por primera vez.
Samanta se sorprendió. Normalmente, Micaela siempre se marchaba con aire distante, pero hoy estaba respondiendo distinto.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó Micaela, cortante y con voz distante.

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