Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 875

—Regresé para disculparme contigo en persona.

Micaela se quedó viendo cada uno de los mensajes en la pantalla; la culpa le brillaba en los ojos, tanto que por un momento olvidó que en el estudio aún estaba Gaspar.

Gaspar observó de reojo la expresión de Micaela mientras ella leía los mensajes. Luego, vio cómo sus dedos se movían rápido sobre la pantalla, claramente respondiendo.

La mandíbula de Gaspar se tensó, la apretó con fuerza y se quedó mirándola en silencio, siendo testigo de cómo ella platicaba tan a gusto con otro hombre.

—Parece que está bien, ¿no? —la voz de Gaspar no dejaba ver si estaba molesto o tranquilo.

Micaela levantó la cabeza de golpe, dándose cuenta recién de que Gaspar seguía ahí, justo frente a ella.

—Ya terminamos de hablar, te puedes ir —respondió Micaela, con un tono más distante.

La intención de despedirlo era más que clara.

Gaspar la miró fijo durante un buen rato; tragó saliva y soltó en voz baja:

—Ya no te quito más el tiempo, voy a acompañar a Pilar un rato abajo.

Se puso de pie, pero antes de salir, volvió a mirarla.

—Entonces, queda así lo del plan. Voy a presionar a doctor Ángel para que avance, y también me encargaré de que Samanta colabore con el experimento.

Gaspar se aclaró la garganta, la voz le salió un poco ronca.

—Micaela, acuérdate de que, por ahora, lo único que tenemos en común es salvar a Pilar.

Dicho esto, Gaspar salió y cerró la puerta tras de sí.

Micaela arrugó la frente. Aunque no necesitaba que él se lo recordara, tenía más que claro lo que debía hacer.

El plan para erradicar esa enfermedad rara y mortal era lo único que importaba en este momento.

Su prioridad era asegurarle a su hija un futuro brillante, lleno de salud.

Hace un rato, Micaela le había escrito a Anselmo para pedirle que regresara con cuidado, y él le contestó con pocas palabras: [A la orden.]

Micaela cerró los ojos y soltó el aire despacio. Cuando Anselmo regresara, sería momento de disculparse con él. Si ese día hubiese sabido que era una despedida, lo habría invitado a cenar en casa antes de dejarlo ir.

Pensándolo bien, sí le debía a Anselmo una disculpa y una comida, pero hasta ahí. Sabía perfectamente que no podía darle esperanzas de nada más allá de una amistad.

No quería interponerse en su camino.

Dejó el celular a un lado, sacó los pensamientos innecesarios de su mente y volvió a concentrarse en el plan del experimento.

Estuvo metida en el estudio hasta las nueve y media. Al bajar por fin, escuchó la voz alegre de su hija y la risa grave de Gaspar desde la sala.

Micaela frunció el ceño. ¿Por qué seguía ahí?

Al bajar, vio a Gaspar despeinando a Pilar con cariño.

—Ya me voy, hija —le dijo Gaspar.

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