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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 876

Micaela estaba sentada en el sillón cuando le mandó un mensaje a Anselmo preguntando cómo seguía Zaira Molina.

[La señora Zaira podrá salir del hospital mañana, todo va bien después de la cirugía.]

Al leer la respuesta, Micaela sintió alivio. Pensó que sería mejor esperar a que Zaira regresara a casa para ir a visitarla.

...

Al día siguiente, temprano por la mañana, Micaela fue primero al laboratorio. Esta vez tenía que encargarse también de los experimentos del doctor Ángel, así que el proyecto de Interfaz Cerebro-Máquina tendría que avanzar más despacio. Por suerte, Tadeo podía sacar adelante algunas pruebas por su cuenta.

El proyecto de Ramiro sobre Interfaz Cerebro-Máquina también había entrado en la fase inicial. Micaela se comunicó con él por teléfono interno y quedaron de verse al mediodía en el comedor.

Apenas dejó unos documentos en su escritorio y se disponía a tomar agua, cuando Verónica tocó la puerta y entró.

—Micaela, hay alguien buscándote. Han venido varias veces en estos días.

Micaela se sorprendió.

—¿Quiénes son?

—Dicen que son tus pacientes.

Detrás de Verónica entró una pareja cargando una caja de regalos y una bolsa de frutas.

En cuanto los vio, Micaela reconoció a la mujer: era Oliva, la paciente con leucemia.

—Doctora Micaela, por fin la encontramos. Vinimos varias veces y no la habíamos visto —Oliva la miraba con ojos llenos de gratitud y la voz se le quebró por la emoción—. Mi esposo y yo venimos a darle las gracias por salvarme la vida.

El esposo de Oliva también asintió y puso los regalos y la fruta en el sillón.

—Doctora Micaela, si no fuera por el medicamento que usted desarrolló, Oliva quizá no estaría aquí… Es apenas un detalle de nuestra parte, por favor acéptelo.

Micaela se apresuró a responder.

—Oliva, de verdad no hacía falta. Con verte tan recuperada me basta, me alegra mucho. No tienen que traerme regalos.

—No, no, tiene que aceptarlos —Oliva le apretó la mano con fuerza, la voz temblorosa—. Doctora, usted no sabe lo que vivimos. Sentíamos que el mundo se nos venía abajo, mis hijos todavía son pequeños, no pueden quedarse sin mamá… Usted le devolvió la esperanza a toda mi familia, nos permitió volver a la vida normal. Es nuestra gran benefactora.

Al mirar el semblante saludable de Oliva y ver la gratitud en sus ojos, Micaela, que también era madre, se conmovió profundamente. Ya no insistió en rechazar los regalos.

—Gracias a ustedes. Ver que te recuperaste es el mayor reconocimiento que puedo recibir por mi trabajo.

—De verdad, lo suyo es admirable. La enfermedad de Oliva era bien complicada y usted la sanó.

Oliva y su esposo agradecieron varias veces y compartieron cómo estaban en casa. En sus rostros se notaba el alivio de haber superado la tormenta y la enorme admiración hacia Micaela.

—Perfecto, mientras tengas todo bajo control —respondió Ramiro con un gesto de confianza.

...

No muy lejos de ahí, Lara Báez estaba sentada en una mesa, mirando con envidia hacia el grupo de Micaela. Aunque ya había pasado el año nuevo, Micaela seguía destacando entre todos, convirtiéndose en el centro de atención.

Últimamente, Lara se sentía cada vez más incómoda. Los nuevos investigadores que habían llegado al grupo de proyectos civiles no dejaban de hablar maravillas de Micaela, todos querían conocerla, convencidos de que era una genio.

Ella, en cambio, aunque se había esforzado muchísimo, solo había logrado un puesto de asistente de laboratorio y ni siquiera la habían aceptado en el equipo principal de desarrollo. Ahora estaba en el área de archivos.

—¿Esa es Micaela? Es más joven de lo que imaginaba —susurró una investigadora nueva, con admiración—. Dicen que ha liderado varios proyectos avanzados y todos han tenido éxito.

—Sí, solo lo del medicamento para la leucemia ya es increíble. Tengo un pariente que estuvo en las primeras etapas y ahora está completamente bien —agregó otro.

—Impresionante —dijo un tercero.

Aunque no hablaban fuerte, los comentarios llegaban claros a los oídos de Lara, como agujas clavándosele en la cabeza. Apretó el tenedor con fuerza. Micaela ni siquiera necesitaba buscar los reflectores: la gente igual la admiraba y la elogiaba.

Por más que Lara se desvivía, seguía quedando a la orilla.

Para colmo, últimamente la criticaban mucho. Antes se la pasaba presumiendo entre los compañeros que la iban a meter al equipo principal y que pronto lideraría un grupo. Ahora, mientras más alto había volado, más duro había sido el golpe de caer.

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