Gaspar observó la pantalla de su celular durante unos segundos, frunció ligeramente el ceño y, al final, escribió una sola palabra como respuesta: [Ok].
Guardó el celular y su mirada se posó en la sonrisa despreocupada de su hija. Aquella alegría inocente le arrancó una sonrisa leve; luego alargó la mano y revolvió el cabello de Pilar.
—En un rato te llevo al centro comercial, ¿te parece si compramos unos útiles para la escuela?
—¡Sí! —Pilar asintió con entusiasmo, los ojos le brillaban.
—Pilar, mamá tiene trabajo en la tarde. Así que hoy te lleva papá —le explicó Micaela con cariño.
—Está bien, mamá —respondió Pilar, aceptando sin queja.
Cuando Gaspar terminó de pagar la cuenta, miró a Micaela.
—Te llevo primero a casa —dijo con naturalidad.
—No es necesario, pido un taxi —Micaela reviró, su tono era distante.
—Voy a llevar a Pilar al centro comercial que queda por tu casa. De verdad, es de pasada —insistió Gaspar.
—Mamá, deja que papá nos lleve. Quiero ir contigo en el carro —intervino Pilar, aferrándose al brazo de Micaela.
Micaela dudó por un instante, pero la ternura de su hija la desarmó.
—Bueno, está bien. Vamos juntos entonces —cedió.
...
Ya en el carro, Gaspar primero se puso a platicar con Pilar sobre la escuela. La niña, feliz, le fue contando de sus maestras, sus amigas y los juegos en la plaza de la escuela. Al rato, Pilar se quedó entretenida con su juguete y se acomodó en el asiento trasero, concentrada.
Gaspar aprovechó, miró a Micaela por el retrovisor y, como si no fuera la gran cosa, soltó:
—Jacobo tuvo algunos problemas fuera del país.
El comentario tomó a Micaela por sorpresa. Ella estaba viendo el paisaje pasar por la ventana, pero al escuchar el nombre de su amigo, volteó la mirada, buscando el reflejo de Gaspar en el espejo. Había una pregunta muda en sus ojos.
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