El doctor le entregó una hoja a Lionel. Después de pagar los gastos, volvió y encontró a Paula sentada, esperándolo como una niña que dependía de él, con la mirada fija en su rostro.
—¿Todavía te duele la herida? —preguntó Lionel con preocupación.
Paula asintió.
—Sí, duele. Me pusieron siete puntos.
En realidad, cuando sangraba no sentía tanto dolor, pero después de los puntos, el dolor se hizo más intenso.
—Vamos, te voy a llevar a hacerte una tomografía de cráneo, para ver si no te pasó nada en la cabeza —dijo Lionel.
Paula asintió y se paró despacio, siguiéndolo. Aún sentía la cabeza pesada y mareada. Lionel, al notarlo, pasó el brazo por sus hombros y la dejó recargarse en él mientras caminaban.
Paula lo miró con gratitud. Sus mejillas, que antes estaban pálidas, se tiñeron de un leve rubor.
Llegaron al área de tomografías. Lionel entregó los papeles y se formó en la fila. Una enfermera los observó con atención y preguntó:
—Disculpe, ¿la señorita está embarazada? Si lo está, no es recomendable que se haga la tomografía.
A Lionel le retumbó la cabeza. Lo primero que vino a su mente fue lo que había pasado la última vez. Volteó a mirar a Paula, quien rápidamente respondió a la enfermera:
—No, no estoy.
Lionel tomó a Paula del brazo y la llevó a un lado.
—¿Estás segura? Estas cosas no son para tomarlas a la ligera.
Paula lo miró, con una mirada firme en sus ojos grandes y redondos.
—Después de aquella noche, tomé pastillas —dijo, segura.
Lionel se quedó en silencio, mirándola. No supo qué decir.
Había cometido un error, la había hecho pasar por ese mal rato y encima obligarla a tomar pastillas. Si le hubiera pasado a alguien más, incluso él mismo se habría insultado por comportarse como un patán.
—Perdón —susurró Lionel, bajando la cabeza.

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