Le pusieron la etiqueta de mala a Micaela, sumándole el cuento de que después de casarse solo se dedicó a ser ama de casa, y así, Adriana pensó que Micaela solo vivía para el placer y el descanso. Por eso, en el fondo, siempre la menospreció.
Comparada con Samanta, para Adriana, Micaela solo era una floja que se aprovechaba del apellido Ruiz, una esposa común que cada año estiraba la mano esperando que le dieran algo.
Apenas ahora se daba cuenta de que, después del matrimonio, Micaela no solo había criado a su hija, sino que seguía creciendo. Antes, cuando se burlaba de Micaela por pasar el tiempo leyendo novelas, en realidad, Micaela estaba estudiando medicina.
Mientras más recordaba todo lo que había hecho mal, más se le revolvía el estómago a Adriana. Se dio cuenta de que siempre había vivido atada a sus prejuicios y a su propia arrogancia.
No solo había juzgado mal a Micaela, sino que además la había tratado con una actitud horrible.
Como esa vez en la comida en la piscina. Aquella noche, le llamó Samanta para invitarla a cenar. Adriana, en una de esas bromas pesadas, engañó a Micaela para que fuera, solo quería que pasara una vergüenza frente a los amigos de su hermano, para que todos vieran lo inútil que, según ella, era la esposa de Gaspar.
Pero después, cuando ella y Samanta terminaron cayendo al agua, también se llevó un buen susto.
Adriana apretó los labios. Había cosas que en verdad tenía que preguntarle a su hermano. ¿Gaspar de verdad no sabía todo lo que Micaela había hecho y lo valiosa que era dentro del matrimonio?
Estos días, Adriana había estado observando. Cada vez que Micaela aparecía, la mirada de Gaspar se quedaba en ella. Entonces, ¿acaso su hermano seguía enamorado de Micaela?
Pensando en esto, Adriana se dirigió al salón de reuniones. Ese lugar era ahora la oficina improvisada de Gaspar, quien se encontraba ahí resolviendo asuntos de trabajo.
Cuando llegó a la puerta, tocó con los nudillos.
—Pasa —la voz de Gaspar sonó desde adentro.
Adriana abrió la puerta y lo vio sentado tras el escritorio, revisando papeles, con el ceño arrugado y el cansancio dibujado en su cara.
—Hermano, ¿andas ocupado? Tengo algo que quiero preguntarte —dijo Adriana mientras jalaba una silla y se sentaba a su lado.
Gaspar levantó la vista de los documentos y la miró.
Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica