—Hermano, ya dinos la verdad, ¿cómo te enamoraste de Micaela? —preguntó Adriana, jalando de vuelta a Gaspar, que parecía perdido en sus pensamientos. No quería hablar mucho del tema, así que tomó unos papeles y soltó—: ¿Para qué quieres saber eso?
De repente, Adriana le agarró el brazo y, mirándolo directo, preguntó:
—¿No podrías volver a buscar a Micaela? Haz que vuelva a ser mi cuñada, por favor.
Gaspar se quedó quieto, la mano en el aire, y giró hacia su hermana.
—No es momento de hablar de eso.
—Pero yo lo noto, te sigue importando. Cada vez que Micaela está cerca, no le quitas la mirada de encima. Sé que la quieres, hermano. —Adriana apretó los dientes, arrepentida—. Antes fui una tonta, me dejé llevar y pensé que Micaela no era suficiente para ti. La traté mal, pero ahora sé lo equivocada que estaba. Me siento muy mal por eso.
—Hermano, siempre decías que yo era inmadura, pero esta vez puedo verlo claro. Aunque te hayas divorciado de ella, todavía la traes en el corazón, ¿o no?
Gaspar escuchó en silencio hasta que terminó. Se frotó la frente y masculló:
—Te dije que no es momento de hablar de esto. Y no quiero que le vayas a decir estas cosas a Micaela.
Adriana, que era de carácter directo, lo miró con ansiedad.
—Hermano, ¿qué clase de problema no se puede solucionar? ¿O acaso... es por Samanta?
—Ya basta —la interrumpió Gaspar, con un tono tajante que no admitía objeción—. Lo que importa ahora es que ustedes se recuperen. Lo demás, lo hablamos después.
Tomó el bolígrafo de nuevo y volvió a enfocarse en los documentos.
—Entonces, contéstame una cosa: ¿amas a Samanta? —preguntó Adriana, poniéndole la mano encima a los papeles, decidida a sacarle la respuesta.


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