Así que, aunque en el futuro llegaran a verse de nuevo, Micaela no podría hacerle nada, e incluso, tal vez tendría que terminar igual que Gaspar... pidiéndole ayuda.
Samanta pensó en eso y ya no pudo evitar sentir ansias por encontrarse de frente con Micaela y platicar oficialmente con ella.
En ese momento, una oleada de mareo la sacudió. Samanta se sujetó la cabeza y respiró agitadamente, sintiendo el dolor clavársele en las sienes. Miró la hora: ya eran las tres de la madrugada.
Llevaba días enteros sin poder dormir por el sufrimiento, el insomnio se había vuelto insoportable y hasta había tenido que aumentar la dosis de pastillas para dormir. Caminó hasta la recámara principal, abrió el frasco y se tragó dos pastillas antes de meterse a la cama.
...
En la mañana.
Micaela llevó a su hija a la escuela y, tras ver entrar a Pilar al campus, condujo el carro rumbo al laboratorio.
Cuando llegó, Gaspar todavía no estaba.
Ángel se le acercó y le dijo:
—El señor Gaspar fue a visitar a su mamá, va a llegar en un rato. Micaela, ponte a revisar los documentos, y cuando llegue le damos la buena noticia juntos.
Micaela asintió con la cabeza y se metió al laboratorio para ponerse a trabajar.
Adriana estaba platicando con una de las enfermeras. Su ánimo había mejorado mucho, y hasta las manchas rojizas bajo la piel de sus manos se iban desvaneciendo poco a poco. Solo eso ya bastaba para ponerla de buenas.
En ese momento sonó el celular de Adriana. Al ver la pantalla, notó que era un mensaje de Samanta.
[Adriana, hace tiempo que no te veo, ¿sigues ocupada?]
Samanta.
Adriana sonrió y contestó:
[Samanta, ¡cuánto tiempo! ¿Tú qué has hecho últimamente?]
[He estado ocupada con el trabajo. ¿Las señoras están bien?]
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