El semblante de Samanta se tornó oscuro de inmediato; jamás imaginó que Micaela destaparía así, sin piedad, todas sus mentiras y manipulaciones. El enojo y la vergüenza se mezclaron en su rostro mientras, con voz alterada, soltó:
—Micaela, ¿qué tonterías estás diciendo? Yo de verdad aprecio a la familia Ruiz…
—¿De verdad? —la interrumpió Micaela, su tono cargado de burla—. Si Gaspar no te hubiera ofrecido acciones del Grupo Báez, ¿hubieras aceptado ayudar con el experimento? Primero vas y pones tus condiciones, pides una cantidad absurda de dinero, ¿y luego hablas de sinceridad? ¿No te da risa?
Las palabras de Micaela retumbaron en el aire, tan duras y tajantes que dolían.
Samanta no pudo contenerse más. El mal humor que la venía acompañando desde hacía tiempo explotó de golpe. Se levantó de un salto, señaló a Micaela y gritó:
—¿Tú qué sabes? ¡Yo sí me enamoré de él! ¿Y aun así te atreviste a meterte en medio y quitármelo? ¿Con qué cara me juzgas? Yo entregué mi juventud, mi salud, ¡y esto es lo que merezco! Gaspar me lo debe, todos en la familia Ruiz me lo deben. Sin mí, su mamá ya estaría muerta, y después tú y hasta tu hija van a necesitar mi sangre para seguir vivas. ¿Por qué está mal que yo reciba lo que es mío?
Jadeaba, el pecho alzándose con fuerza al buscar aire, y aún lanzó otra estocada:
—Cuando te divorciaste, tuviste el descaro de pedirle ochocientos millones de pesos. ¿Y yo? Yo puedo salvarle la vida a tres personas de su familia, ¿y treinta millones le parecen mucho a Gaspar? ¡Yo hasta siento que pedí poco!
De pronto, la puerta fue empujada con fuerza. Adriana apareció en el umbral, la cara tan pálida como una hoja, y sus ojos ardían con una mezcla de sorpresa, decepción y rabia. Miró directo a Samanta, la voz temblorosa:
—¿Todo eso que dijiste… es cierto? ¿Tú eres la única donadora de la que mi hermano hablaba? ¿Te acercaste a él todos estos años solo por su dinero?
El rostro de Samanta perdió todo color. Miró a Adriana, después a Micaela. En ese instante, comprendió: Micaela ya sabía que Adriana estaba detrás de la puerta. ¿Entonces todo esto fue una trampa para hacerla hablar de más?
—Adriana… déjame explicarte, no es así, fue Micaela la que me provocó, yo…


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