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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 970

—Samanta, con tus palabras ya me quedo tranquila. Ahora mi mamá depende totalmente de ti —dijo Adriana con un tono de agradecimiento.

—Adriana, que me entiendas así me pone feliz. La verdad pensé que ya le habías creído todo a Micaela.

—¿Por qué tendría que creerle? Aunque quiera meterse entre nosotras, no le voy a dejar ganar —bufó Adriana y enseguida preguntó—: Pero quiero verte en persona, hay muchas cosas que quiero que me cuentes.

—Adriana, ahora estás cuidando a la señora, seguro que—

—Mi hermano se está encargando de eso. Aquí ya me estoy pudriendo del aburrimiento. Te veo en la cafetería frente al laboratorio, te espero ahí —Adriana nunca se andaba por las ramas.

—Adriana, ahora mismo no me acomoda mucho salir—

—Pero yo sí quiero verte —le cortó Adriana, sin dejarle espacio para más excusas, y le lanzó un anzuelo irresistible—: Samanta, ¿a poco no te da curiosidad saber cómo van las cosas entre mi hermano y Micaela?

—Bueno, está bien, voy para allá —aceptó Samanta sin dudar.

Adriana colgó el celular, y sus ojos reflejaron el odio que llevaba guardando tanto tiempo. Todos esos años de engaños y manipulación de Samanta no los iba a dejar pasar así nomás.

Adriana estaba convencida de que había alguien en el laboratorio que conocía a Samanta lo suficiente.

Ese alguien era Ángel, quien había tratado con Samanta desde el principio. Adriana no dudó en buscarlo para sacarle información.

Ángel justo tenía un rato libre, así que, en la oficina, Adriana empezó a sacarle plática sobre Samanta.

—¿Ella viene de la colonia Costa Brava? —Adriana no pudo disimular su asombro, siempre había creído que Samanta era una chica de familia acomodada que había emigrado.

Nunca se imaginó que Samanta hubiera empezado desde tan abajo.

—Hasta donde sé, es hija ilegítima. Su mamá la tuvo en Costa Brava y siempre vivieron en lo más bajo —le explicó Ángel.

Adriana soltó una risa amarga. Ahora por fin entendía por qué Samanta, después de convertirse en donante, se la pasaba peleando por lo suyo. Ella quería cambiar su destino, quería usar a su hermano como trampolín y colarse a la alta sociedad.

Ella sabía bien que él nunca se arriesgaría a perder a su mamá.

Alguien que salió de la miseria jamás dejaría pasar una oportunidad así; haría lo que fuera, sin importar los medios, con tal de lograr su objetivo.

Recordó las veces que Samanta le había contado, con palabras bonitas y hasta románticas, cómo fue que conoció a su hermano, como si fuera una historia de novela donde los protagonistas estaban destinados a encontrarse.

Adriana sintió náuseas. Alguna vez llegó a ver a Samanta como a una hermana mayor en quien confiar, incluso le creyó tanto que terminó hiriendo a Micaela por su culpa.

—Señorita Adriana, deje atrás lo que ya pasó. Ahora que Micaela tiene otro rumbo, ustedes pueden sacarse de encima a Samanta —le dijo Ángel.

Adriana asintió. Claro, su hermano podía librarse de Samanta, pero ¿acaso ella se iba a quedar conforme con todo lo que le había hecho?

No. Adriana no podía tragarse esa injusticia. Tenía que hacer que pagara.

Ahora, iba a aprovechar la confianza y la falta de defensas de Samanta. Era hora de sacarle algo.

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