—¿No te molestará que me meta en tus asuntos? —le reviró Paula.
Lionel se quedó congelado unos segundos. La reacción de Paula no mostraba ni una pizca de enojo; al contrario, ella misma propuso acompañarlo para llevar a Samanta a su casa. Aquello lo tomó totalmente desprevenido.
—Paula, ¿en serio... no estás enojada conmigo? —insistió Lionel, todavía dudando. Después de lo que pasó en el bar, era lógico pensar que ella podría malinterpretar la situación.
Paula lucía tranquila, con una mirada serena y despierta.
—¿Por qué habría de enojarme? Tú y la señorita Samanta son amigos. Si ella se pasó de copas, lo lógico es que la ayudes —respondió, y enseguida lanzó otra pregunta—. ¿No que ella es la novia de Gaspar?
Lionel se quedó pasmado.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó, y una oleada de sorpresa y entusiasmo se le subió al pecho. ¿Acaso Paula se había puesto a investigar a Samanta? ¿Lo habría hecho por él?
Paula sintió que la intensidad de la mirada de Lionel le calaba los pensamientos. Se le sonrojaron las mejillas y desvió la vista.
—¿Vas a llevarla o no? —soltó, evadiendo el tema.
—Sí, espérame junto al carro, yo la saco de aquí —respondió Lionel, y caminó unos pasos. Luego se volteó para asegurarse de que Paula no se fuera a ir.
...
Paula esperó junto al carro de Lionel. En efecto, había investigado a Samanta a conciencia por él. Se había sumergido casi en todos sus perfiles y publicaciones en redes sociales. Estaba convencida de que Samanta era experta en moverse entre la alta sociedad, y no tenía reparo en meterse entre Gaspar y su esposa, provocando, coqueteando y usando todos sus trucos.
Esa noche, Lionel volvió a casa medio borracho, y Paula pasó por ahí para devolverle la ropa. Él la confundió con Samanta y, ante el abrazo de aquel hombre que ella llevaba años queriendo, Paula simplemente se dejó llevar.
Nunca se arrepintió. Siguió con su vida, pero notó que Lionel empezó a cambiar. A veces la saludaba de la nada, le comentaba todas sus publicaciones en redes sociales, y después del accidente de carro, su preocupación era evidente. Además, últimamente, él se mostraba más atento que nunca...
...
En el reservado del bar, Samanta estaba sentada en una esquina, cabizbaja, el cabello cubriéndole el rostro. De pronto, alguien le arrebató el vaso de la mano.
Alzó la cabeza con un destello de esperanza en los ojos, pero al ver que era Lionel, esa alegría se desvaneció a medias. Claramente, esperaba que otro fuera quien le quitara el vaso.
No obstante, enseguida dibujó una sonrisa en sus labios rojos. Las lágrimas le temblaban en el borde de los ojos, y bajo la luz del local, su expresión la hacía ver tan vulnerable que cualquiera hubiera querido protegerla.

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