—¡Lionel! —Su voz tembló de alegría mientras el llanto se asomaba en su garganta—. Pensé que ya no te importaba…
Lionel la miró con una mezcla de ternura y resignación, extendió la mano hacia ella.
—Vamos. Mi carro está afuera, te llevo a casa.
Samanta sintió una chispa de felicidad encenderse en su pecho. Sabía que Lionel jamás podría dejarla a su suerte. Tomó la mano de Lionel, apretándola con fuerza, luego agarró su bolso y, al levantarse, se las arregló para chocar su pecho contra el de Lionel, fingiendo inocencia.
Lionel se quedó un poco desconcertado, pero reaccionó rápido y la sostuvo de los hombros.
—¿Puedes caminar bien?
Samanta sonrió traviesa, meneando la cabeza como una niña.
—No, tienes que ayudarme.
Lionel, resignado, le pasó un brazo por la cintura y la ayudó a avanzar hacia la salida del bar.
Mientras caminaban, Samanta bajó la mirada, incapaz de disimular la sonrisa satisfecha que le iluminaba los ojos. Para ella estaba claro: Lionel había tomado una decisión entre Paula y ella.
No podía equivocarse. Después de siete años de amor no correspondido, un hombre como Lionel no iba a rendirse tan fácil.
Pero el gozo y la satisfacción de Samanta se evaporaron en cuanto cruzaron la puerta del bar, convirtiéndose en una sensación punzante de desilusión.
Aunque la embriaguez le nublaba un poco los sentidos, reconoció de inmediato la figura de Paula, de pie, serena, junto al carro de Lionel.
¿No que Lionel había dejado a Paula para buscarla?
Entonces, ¿por qué ella seguía ahí?
Lionel, percibiendo el cambio en la actitud de Samanta, bajó la mirada para explicarse.
—Samanta, Paula y yo vamos a llevarte a casa.
Samanta se enderezó de inmediato y se soltó del brazo de Lionel. Se acomodó el cabello largo detrás de la oreja, fingiendo fortaleza.
—No te preocupes, Lionel. Mejor lleva a la señorita Paula. Yo puedo irme en taxi.
Al decir esto, giró el rostro a propósito, permitiendo que las lágrimas delatadoras brillaran en la esquina de sus ojos.
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