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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 983

Paula asintió con una sonrisa.

—Todo bien, ¿me llevas a casa?

El alivio inundó a Lionel. De pronto, la ruta de regreso se le antojaba ligera, como si la noche se hubiera llenado de promesas alegres.

—Quiero escuchar música —dijo Paula.

Lionel de inmediato desbloqueó su celular y lo extendió hacia ella.

—Escoge lo que quieras, ahí están todas las canciones.

Paula parpadeó, sorprendida. Se topó con la mirada cálida de Lionel y, divertida, tomó el celular. Buscó entre las playlists y eligió su canción favorita.

La música llenó el carro, animada y chispeante. Por un momento, hasta la oscuridad de la noche pareció volverse más tranquila, como si la ciudad les regalara un respiro.

Cuando llegaron al edificio de Paula, ella le dejó una advertencia antes de bajarse.

—Maneja con cuidado, ¿sí?

—Claro —respondió Lionel, pero no arrancó de inmediato.

Paula lo notó y rio.

—¿Y ahora por qué no te vas?

Lionel se quedó callado unos segundos, como si no quisiera despedirse todavía. Al final, encendió el carro y arrancó, aunque en el retrovisor no dejó de mirar la silueta de Paula hasta que la esquina la ocultó.

...

De camino a su casa, Lionel no podía dejar de pensar en lo que Samanta le había contado esa tarde sobre su relación con Gaspar. ¿De verdad todo entre ellos era solo un acuerdo, algo sin sentimientos de por medio? ¿Nunca fueron pareja de verdad?

Recordó aquella vez en que él mismo invitó a Gaspar a platicar. Gaspar había dicho que solo eran amigos. En ese momento, Lionel pensó que Gaspar era un mentiroso y hasta lo juzgó. ¿Habría sido cierto lo que dijo desde el principio? ¿De verdad malinterpretó todo acerca de su amigo?

Cuanto más lo pensaba, más se enredaba en sus propios pensamientos. Tal vez ya era hora de buscar a Gaspar y aclarar todo de una buena vez.

...

Micaela llegó a su casa pasadas las nueve y media. Sofía la recibió y le comentó que su hija estaba descansando abajo, en el departamento de Gaspar. No le quedó más remedio que dejar su bolso y bajar de nuevo.

Pepa, su perrita, la siguió a toda prisa. Ambas subieron al elevador y caminaron hasta la puerta del piso veintisiete.

Micaela tocó el timbre. En pocos segundos, la puerta se abrió. Pilar apareció en pijama, con Gaspar detrás, vestido con ropa cómoda, distinto a ese tipo serio que solía ser.

—¡Mamá, ya llegaste! —gritó Pilar, feliz.

—Vamos arriba, mi amor —le dijo Micaela, extendiéndole la mano.

—Pero yo quiero dormir con papá —protestó Pilar, alzando su carita.

—Déjala quedarse conmigo —intervino Gaspar, mirando a Micaela, que lucía agotada—. Mañana yo la llevo al kinder.

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