Gaspar terminó de bañarse.
Bajo la luz cálida, el albornoz abierto dejaba ver apenas sus clavículas marcadas y parte del pecho firme. Era evidente que nunca descuidaba su rutina de ejercicio.
—Ve a bañarte —le recordó Gaspar con tono tranquilo.
Sin levantar la mirada, Micaela respondió:
—Tú duerme, yo me voy en un rato.
—¿A dónde vas tan tarde? —preguntó Gaspar, frunciendo el ceño.
—A casa de una amiga —contestó Micaela.
Justo en ese momento, llegó un mensaje de Emilia.
Micaela tomó su bolso y salió del cuarto sin mirar atrás, abandonando la mansión Ruiz. Caminó rápido bajo el viento de la noche hasta llegar al carro de Emilia.
Apenas subió, Emilia la miró curiosa.
—¿Gaspar no está en casa?
—Sí está —dijo Micaela, suspirando.
—¿Y aun así te deja venir a mi casa a dormir? —replicó Emilia, medio en broma.
—¿Tú crees que podría seguir durmiendo en la misma cama con él? —reviró Micaela.
Emilia soltó una risa burlona.
—Tienes razón. Por más que se lave, ese tipo ya no se le quita lo sucio.
...
Ya en casa de Emilia, se pusieron a platicar un rato. Emilia, mientras se aplicaba crema, mencionó el rumor de que Samanta tendría un concierto.
—¿Y tú qué vas a hacer si tu hija quiere ir? —preguntó.
—Me la llevo conmigo —aseguró Micaela, decidida a no dejar que su hija asistiera. No quería que terminara admirando cada vez más a Samanta.
—Ese concierto de Samanta… Seguro que Gaspar movió cielo y tierra para ayudarla, ¿no? Dicen que será en el Estadio Horizonte, ¡ese lugar es enorme! Si no tienes buenos contactos, ni soñar con reservarlo.
Micaela, por inercia, contó lo que le había pasado esa tarde en la joyería.
Emilia, que se estaba poniendo crema en la cara, se quedó pasmada.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica