Al verla irse, Carlos se preguntó: 'Le dije que no la obligaría a nada y que me gustaría enmendar mis errores pasados, ¿por qué sigue enojada?'.
Insatisfecho con cómo iban las cosas, él aceleró el paso, se encontró con Debbie en el pasillo y la asustó cuando la tomó de la mano de forma repentina. Con fuerza, ella trató de liberarse, pero su esposo la apretó aún más, hasta que estuvieron en el ascensor. "Aún no has hecho tu parte, así que ahora, me quedaré para hacerte compañía mientras lo haces", declaró Carlos.
"¿Mi parte? ¿Qué parte?", ella estaba confundida.
Pero Carlos no respondió, mientras llevaba a su esposa silenciosamente a la planta baja del edificio Dubhe, cuando llegaron a una tienda de ropa interior de lujo para hombres, Debbie comprendió lo que quería decir con su parte. Ella había pasado por esa tienda sin entrar esa mañana, pero ahora con su marido a su lado, no tenía más remedio que entrar.
Algunos empleados de la tienda se acercaron a ellos cuando notaron la presencia de Carlos, "Buenas tardes Sr. Hilton", saludaron al unísono.
"Bienvenido, Sr. Hilton", agregó una de las empleadas, una dama, aparentemente a cargo de sus colegas.
Carlos asintió antes de llevar a su mujer al interior de la tienda, "Ve a buscarme algo que te guste, te espero aquí", dijo él. Luego se dio la vuelta, encontró la silla vacía más cercana y se sentó a esperar a Debbie, casi inmediatamente, una empleada con una gran sonrisa le sirvió una taza de té, entre sorbos, él se mantuvo ocupado leyendo un catálogo de productos.
Perdida en un mar de ropa interior masculina cara, Debbie sonrió torpemente a los ayudantes de la tienda quienes la estaban guiando, para tranquilizarse, se paseaba lentamente, fingiendo estar calmada.
Un par de calzoncillos rojos llamaron su atención, la vergüenza en su rostro había desaparecido. Se rió y se fue hacia su marido, "¿De verdad llevarás lo que yo compre?", preguntó Debbie.
Carlos levantó la cabeza del catálogo que estaba viendo, aunque su mujer trató de parecer tranquila, sus ojos la traicionaron. Él sonrió ante la mirada traviesa de su esposa, "Sí, lo haré", Carlos estuvo de acuerdo.
Su respuesta afirmativa casi hizo a Debbie saltar de alegría, le tomó un poco de esfuerzo controlar sus emociones mientras giraba. Pero antes de que ella pudiera dar un paso, su marido agregó: "Cualquier cosa menos calzoncillos rojos, además, odio el rojo".
¡Qué aguafiestas! Su respuesta fue como un balde de agua fría, eran los calzoncillos rojos que ella estaba considerando comprarle. Con su plan arruinado, Debbie hizo un puchero. "Está bien, entendido", dijo ella.
Luego volvió y caminó de una sección a otra hasta que vio un par de boxers negros, rápidamente, lo levantó y miró a Carlos que estaba sentado tranquilamente en el sofá. 'No le queda bien', Debbie frunció los labios y lo puso en su lugar.
Luego, tomó un par de boxers color gris, miró al hombre y volvió a negar con la cabeza, 'Este tampoco'.
Al observar cuidadosamente cómo se comunicaban Carlos y Debbie, los asistentes de la tienda se preguntaban quién era la chica, uno de ellos no se aguantó la curiosidad y no pudo evitar preguntarle a ella : "¿Cuál es su relación con el Sr. Hilton?".
Debbie le dirigió una sonrisa amistosa y habló como si estuviera susurrando: "¿Por qué no se lo preguntas a él?", sin duda, aquella pregunta fue incómoda para ella. El dependiente guardó silencio, 'Si pudiera preguntarle al Sr. Hilton, no la habría molestado, señora', pensó amargamente.
Después de un largo tiempo de deambular y comparar, finalmente Debbie se conformó con tres pares de boxers que costaban aproximadamente mil dólares cada uno, de pie ante el escritorio de la cajera, ella se estremeció por el precio, al entrar en la tienda, no esperaba terminar gastando una cantidad excesivamente ridicula en sólo tres malditas prendas. '¿De qué están hechas estas cosas? ¿Oro?', pensó Debbie. Los empleados de la tienda le habían recomendado esos boxers, afirmando que el diseñador había recibido elogios internacionales por su trabajo, aún así, ella no habría gastado tanto en esas prendas si Carlos no hubiera insistido en que se los comprara.
Después de liquidar la cuenta, Debbie se dirigió a su esposo con la bolsa de compra, sin decir una palabra, él dejó el catálogo y se puso de pie con una sonrisa de satisfacción. Luego quitó la bolsa a su mujer con una mano y le tomó la mano con la otra, juntos caminaron hacia su auto, tomados del brazo, parecían una hermosa pareja.
Siguiendo a Carlos, Debbie preguntó: "¿Por qué me pediste que te comprara estos boxers? ¿Cómo comprabas tu ropa interior antes?".
"Me los traían a casa o enviaba a mis secretarios a comprarlos, ahora, como tengo una esposa, naturalmente debería dejarle este tipo de cosas a ella", respondió él.
Como Debbie no estaba de humor para las bromitas de su esposo, se quedó callada, de cualquier forma, ¿cómo se suponía que ella debía responder a eso?
Justo cuando estaban a punto de entrar en el ascensor, notaron un tumulto frente a una tienda, intuitivamente, ambos se detuvieron y se giraron para ver lo que estaba sucediendo entre la multitud ruidosa.
Una joven pareja estaba discutiendo con una mujer de la limpieza, quien estaba llorando, la discusión debió llevar un rato, pero lo que irritó a Debbie fue que a nadie le importara lo suficiente como para intervenir.
Con la tarjeta que Carlos le había dado, la cantidad de ochocientos treinta dólares no era un problema, pero era mucho para una mujer de intendencia que ganaba sólo dos o tres mil dólares al mes.
Como los miembros del club de artes marciales de su universidad le habían entregado sus cuotas de membresía el día anterior, por lo tanto, ella llevaba algo de dinero en efectivo. Así que sin pensarlo dos veces, decidió usarlo para ayudar a la señora. Había un cajero automático cerca, del cual Debbie retiraría la misma cantidad para devolver las cuotas más tarde.
Con esta idea en mente, ella tomó ochocientos cincuenta de su bolso y se los entregó al maleducado joven. "Aquilos tienes, quédate con el cambio", dijo Debbie.
El joven se sintió avergonzado, pero igual tomó el dinero, agarró la mano de su novia y estaba listo para irse.
"¡No tan rápido!", dijo Debbie tranquilamente mientras cerraba su bolso.
La joven pareja miró hacia atrás, desconcertada. Debbie señaló los zapatos del hombre y dijo: "Ya te pagué, ¿no deberías darme los zapatos que llevas puestos? Puedes irte, pero no con lo que yo pagué".
El rostro del joven se puso pálido, pero ni siquiera pudo responder puesto que ella tenía razón. La multitud comenzó a susurrar e intercambiar miradas de sorpresa ante el drama que estaba sucediendo. Sin opciones, el muchacho se quitó los zapatos y los arrojó al suelo.
Los zapatos le dio mucho asco a Debbie, de manera que sostuvo un zapato por los cordones entre el pulgar y el índice y lo lanzó al aire. Levantando su pierna derecha, lo pateó hacia el contenedor verde al lado de la señora de limpieza, después de que ella hizo lo mismo con el otro, la multitud aplaudió su rectitud y su indiferencia ante las groserías del muchacho.
Después de que la pareja abandonó la escena con vergüenza, la mujer de la limpieza le dio las gracias a Debbie llorando, como el asunto se resolvió, ella se dio la vuelta y se fue. A sus espaldas, las emotivas palabras de la señora y los aplausos de la multitud llenaron el ambiente, ella pensó que Carlos se había ido, pero él estaba allí, esperándola no muy lejos de la multitud, con gafas de sol y las manos en los bolsillos del pantalón.
Disculpándose, Debbie corrió hacia él, "Pensé que te habías ido", dijo ella, sintiéndose nuevamente como una niña. En ese momento tenía un sentimiento muy diferente al de la mujer poderosa que había sido al enfrentar a aquel muchacho bribón.
Carlos abrió los brazos y la recibió con un fuerte abrazo, "No hubiera podido ver los actos heroicos de mi esposa si me hubiera ido, eso sería una lástima, me siento muy honrado de tenerte en mi vida".

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