—¡Aunque te pongas de rodillas desnuda frente a mí, ni así te tocaría!
Aquella voz familiar, dura como una piedra y llena de veneno, retumbó en la mente de Ariana Santana, desatando un dolor profundo que la hizo estremecerse.
¡Era Esteban Ferreira! Ese mismo hombre que no descansaría hasta verla destruida.
Ariana abrió los ojos de golpe. En su mirada se mezclaban el asombro, la rabia y una pizca de confusión.
—El día que firmamos el acta matrimonial ya te lo advertí: mi estudio no se toca. Te pasaste de la raya.
La voz del hombre ya mostraba señales de fastidio. Desde arriba, miraba a la mujer tirada en el suelo fingiendo estar inconsciente, con el entrecejo cada vez más marcado.
—¿No entiendes lo que digo? ¡Lárgate de aquí de una vez!
Ariana, que hasta ese momento apenas se había movido, por fin reaccionó. Se levantó con esfuerzo y volteó a verlo solo un instante antes de girar la cabeza apresurada.
—¡Ugh!
El sonido de su arcada, imposible de contener, fue la única respuesta que pudo dar.
El rostro de Esteban se oscureció como si le hubieran echado carbón encima.
—Si vas a vomitar, hazlo en tu habitación. No ensucies mi espacio.
Ariana ignoró el sarcasmo cortante de Esteban. Se tapó la boca y salió disparada hacia su cuarto.
Solo después de cerrar la puerta tras de sí, esa náusea que le revolvía el estómago comenzó a apaciguarse poco a poco.
Se apoyó en la puerta, intentando tranquilizarse. Cuando al fin pudo moverse, caminó hasta el tocador, decidida a comprobar algo.
Al verse reflejada en el espejo, se topó con un rostro joven, fresco, lleno de vida. Su corazón empezó a acelerarse sin control.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué seguía viva? ¿No había muerto ya?
Antes de poder entender lo que sucedía, volvió a sentir arcadas. En ese momento, la verdad le cayó como un balde de agua helada.
¡Había regresado! Había vuelto a vivir, justo cuatro años atrás, en la noche en que, usando un camisón provocativo, intentó entrar al estudio de Esteban para seducirlo y cumplir con sus deberes de esposa.
Si al menos hubiera resucitado un día antes, podría haber borrado ese episodio tan vergonzoso de su historia.
Solo de recordar que alguna vez llegó a sentir algo por ese hombre cruel y despiadado, le daban ganas de vomitar otra vez.
Por suerte, pronto podría divorciarse.
...
A la mañana siguiente, a las nueve en punto, apareció en la sala uno de los abogados más famosos de San Márquez: Gabriel Montiel. Traía consigo el acuerdo de divorcio que Esteban le había pedido preparar la noche anterior.
—El señor Ferreira dice que, si usted firma ahora, puede quedarse con la casa de Villas del Mirador. Si no, se quedará sin nada.
¿Sin nada? ¿Me va a borrar de la faz de la tierra?
A Ariana se le escapó una risa seca y burlona. Extendió la mano.
—Pásame la pluma.
Gabriel se quedó pasmado, como si no hubiera entendido. Por un segundo, ni siquiera supo cómo reaccionar.
Ariana no se sorprendió de su reacción.
En su vida pasada, el abogado Montiel solo le entregó el documento del divorcio, pero ni siquiera una pluma para firmar. Seguramente, pensaba que ella nunca se atrevería a separarse de Esteban, que era imposible que aceptara el divorcio.
Pero no importaba. Si él no traía pluma, ella sí.
Ariana retiró la mano con tranquilidad, sacó una pluma elegante del bolsillo de su abrigo, y, delante del abogado Montiel, abrió el acuerdo de divorcio y firmó con seguridad su nombre.
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