Salomé también se enteró de la noticia. Aunque sus amigas no tenían idea del estado civil de su hijo, todas conocían bien a Esteban, y algunas incluso habían visto a Ariana en persona.
Por eso, no tardaron en empezar a llamarla, una tras otra, para preguntarle qué estaba pasando.
Salomé sentía un nudo en la garganta y no sabía cómo explicarles nada, así que decidió apagar el celular y no contestar ninguna llamada.
Héctor entró al cuarto con un tazón de caldo en las manos. Al ver a su esposa sentada sola en el sofá, mirando el celular como si esperara que le hablara, sus ojos se llenaron de ternura y preocupación.
Se acercó, puso el tazón sobre la mesa de centro y se sentó a su lado. Con voz suave, le dijo:
—Amor, el doctor Béjar recomendó que tomes este caldo unas dos horas antes de dormir. Ya es hora, y está en su punto.
—Viejo, me tiene inquieta lo de Ari. En el video se veía como si estuviera enferma —Salomé levantó la mirada hacia él, la angustia dibujada en su cara—. Y yo ni enterada.
—Tú también estabas internada en ese entonces, ¿te acuerdas? —Héctor le tomó la mano y trató de calmarla—. No te angusties tanto, si Ariana se sentía tan mal, ya pasó más de un mes; seguro fue al médico y ya se recuperó.
Salomé negó despacio con la cabeza.
—Esteban me contó que llegó a verla vomitar dos veces delante de él. Eso no suena a una simple gripa.
Las cejas de Héctor se fruncieron poco a poco.
—¿No será que Ariana está embarazada y Esteban no quiere a ese bebé? ¿Por eso terminaron divorciándose?
Desde el principio, Esteban se había mostrado reacio a ese matrimonio. Héctor conocía bien a su hijo, y no le parecía descabellado que hubiera hecho algo así.
—No lo creo —Salomé suspiró con una mueca amarga y luego le preguntó a su esposo, con un dejo de tristeza—: ¿Sabes por qué, al final, acepté que se divorciaran?
Eso sí que le había causado duda a Héctor, aunque nunca se atrevió a preguntar. Temía lastimar a Salomé con sus palabras. El miedo a perderla era tan grande, que prefería no indagar en nada que ella no quisiera contarle.
Al principio, pensó dejar que Esteban resolviera sus propios problemas. Pero ahora, sentía que era imposible quedarse de brazos cruzados.
En cuestión de escándalos mediáticos, Héctor tenía mucha más experiencia que su hijo. Al fin y al cabo, Esteban, en todos estos años, nunca había salido en portales de chismes ni había sido tema de conversación en redes sociales; casi ni aparecía en público.
Él, en cambio, cuando era joven y le tocaba asistir a comidas de negocios, tenía que lidiar con todo tipo de situaciones incómodas. Aunque siempre había rechazado cualquier insinuación de mujeres que le presentaban sus socios, no podía decir lo mismo de los demás. En ese ambiente, era común que los empresarios fueran a reuniones acompañados de alguna joven o “amiguita”. Nada del otro mundo.
El detalle es que, si algún paparazzi lo captaba saliendo de un restaurante o un bar con un grupo así, bastaba una foto tomada en el ángulo equivocado para que los rumores y los chismes lo pusieran en portada de alguna revista o lo llevaran directo a las tendencias en internet.
Y eso sin contar a los rivales que le querían tender trampas a propósito.
En fin, después de tantas experiencias, ya había aprendido las mañas del oficio.
Con los escándalos en línea, no solo bastaba con eliminarlos; también había que taparlos, y lo más importante: desviar la atención de los curiosos. Para eso, nada como otro escándalo aún más grande que hiciera que todos se olvidaran del anterior…

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Arte de la Venganza Femenina