El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 15

Ariana se enteró esa noche, ya en el hotel donde era la cena, de que el lugar pertenecía al Grupo Ferreira.

Recordaba bien que había estado ahí solo una vez antes, el día de su cumpleaños número diecinueve.

Regresar a ese sitio no era como si el tiempo no hubiera pasado, sino que en verdad sentía que había vivido otra vida desde entonces. Aunque el entorno seguía igual, su corazón ya no era el mismo.

Para colmo, tuvo la mala suerte de encontrarse en el elevador del hotel con Esteban y con su amigo de toda la vida, José Manuel.

El banquete de esa noche se realizaba en el piso veintiocho, en una planta tipo dúplex con un jardín elevado. Como era mucha la gente invitada, todos iban llegando en diferentes grupos.

La doctora Parra y el maestro Alcocer se habían quedado en casa de la familia Aranda hasta pasadas las cuatro de la tarde y luego se fueron a descansar, sin asistir a la cena. Ariana, siendo la única alumna de su generación invitada al cumpleaños del maestro, fue asignada para ir al hotel en el mismo carro que los nietos del maestro.

Por eso, cuando entró al elevador acompañada de Marina Aranda, de seis años, y Benito Aranda, de nueve, apenas se dio la vuelta y vio a José Manuel sonriéndole con toda la confianza del mundo.

—Vaya, qué casualidad, nos volvemos a ver —saludó él, animado.

¿Otra vez?

Ariana se quedó un poco sorprendida, con una sensación incómoda recorriéndole la espalda.

Y sí, apenas movió la mirada detrás de José Manuel, se encontró de golpe con esa silueta alta, seria, imposible de ignorar. Esteban.

Sus ojos, claros y profundos, de inmediato se volvieron impasibles.

Ariana se hizo a un lado, acercando a los dos niños hacia ella, como si los usara de escudo para marcar distancia con los recién llegados.

José Manuel, al ver que Ariana ni siquiera le respondía, decidió no insistir. Entró al elevador junto con Esteban y se quedó callado, aunque sus ojos, grandes y expresivos, seguían fijos en Ariana con descaro.

La verdad, la figura de Ariana imponía. Medía alrededor de uno sesenta y ocho, llevaba un vestido tejido color amarillo claro, ceñido al cuerpo, y encima una chaqueta larga, sencilla pero elegante. Su maquillaje era discreto, las cejas y ojos perfectamente delineados, aunque su expresión no podía ser más distante.

Casi podía leerse “no estoy de humor” en su cara.

A José Manuel le costó aceptar ese rechazo, porque era la primera vez que Ariana lo trataba con tanta indiferencia y no sabía bien cómo reaccionar.

Esteban, en cambio, permanecía con su típica expresión imperturbable. Apenas esa mañana habían firmado el divorcio y ya se reencontraban en la noche. Era una coincidencia, sí, pero para él no era nada sorprendente.

Porque, para ser sinceros, ese tipo de “casualidades” ya habían pasado antes.

—Ari, ¿ese señor estaba hablando contigo? ¿Lo conoces? —preguntó Marina, con la curiosidad inocente de una niña pequeña. Benito, aunque era mayor, no se quedaba atrás en cuanto a chismoso.

La niña, sin comprender del todo, imitó a su hermano:

—Sí, Mar ya se lo aprendió.

—Bien hecho —Ariana, con gesto dulce, les revolvió el cabello a los dos, orgullosa de sus pequeños cómplices.

José Manuel abrió los ojos como platos, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

—Oye, ¿y eso de “extraño que sonríe mucho”? No exageres, estás enseñando mal a los niños —protestó.

¿Exagerada ella? Ariana se burló por dentro.

Comparado con las cosas que él había hecho antes, eso ni siquiera era ofensivo. Solo había dicho algo que no le gustó y ya se ponía así.

De repente, una voz cortante, dura como el hielo, irrumpió en el ambiente:

—Pídele perdón.

Ariana borró de inmediato el afecto de sus ojos y levantó la mirada hacia el hombre que le exigía una disculpa...

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