—¿De verdad crees que yo soy el indicado para platicar mientras tomas tragos amargos? —Felipe, con una tela gris claro de esas que parecían de otro mundo en la mano, miraba sin mucho ánimo al hombre sentado solo en su sala, bebiendo whisky—. ¿No sería mejor que te fueras con José Manuel o Simón Parra a algún bar? Seguro ellos te acompañan mejor en una ronda.
José Manuel había sido amigo de la infancia de Esteban, y Simón era nieto de la tía abuela de Esteban. Ambos entendían más de bebidas y podían echarse unos tragos con él sin problema.
Esteban apuró lo que quedaba de whisky en su vaso, y solo entonces levantó la mirada hacia Felipe.
—José Manuel anda metido en los negocios de la familia Rivas, haciéndose de experiencia. Dudo que tenga tiempo estos días.
Felipe se encogió de hombros, arqueando una ceja.
—Pero ahí está Simón, ¿no?
Dicho esto, dio media vuelta y siguió puliendo su tesoro: una maqueta de avión de combate, de casi un metro de alto, hecha de titanio, a la que trataba como a un hijo.
—¿Acaso no soy bienvenido? —Esteban dejó el vaso sobre la mesa, se recargó en el respaldo del sillón y se acomodó con esa flojera de quien no piensa moverse pronto.
—Solo digo que igual y aquí lo único que logras es sentirte peor —respondió Felipe, sin dejar de limpiar su modelo con cuidado.
Felipe no era amigo de las bebidas. La última vez solo había aceptado brindar por el cumpleaños de Esteban, y con un solo trago le bastó.
Esteban curvó los labios en una sonrisa amarga; incluso Felipe ya notaba que él estaba ahogando penas.
¿Tan obvio era?
—Aquí puedo tomar tranquilo, dejar que la mente se apague un rato y, si me da la gana, aclarar mis ideas —confesó Esteban, bajando el tono.
No era amante de los bares. Incluso los clubes ejecutivos más caros le resultaban incómodos. Siempre había algún listo intentando meterle gente a su cuarto.
Muchos pensaban que el alcohol y las mujeres iban de la mano, y creían que, con esos “detalles”, ningún trato podía fallar.
Pero él nunca cayó en esas trampas. Ni permitía que sus allegados se metieran en problemas por culpa de ese tipo de mujeres.
La única vez que tropezó fue cuando Ariana le puso algo en la bebida.
Al final, terminó renunciando a sus propios estándares y se casó con ella.
Esteban respiró hondo, como si le costara sacar las palabras.
—Me refiero a lo que pasó cuando me puso algo en la bebida.
Esta vez Felipe sí detuvo la mano, giró la cabeza y lo miró, con una ceja levantada.
—Cuestionar algo que llevabas por cierto no es cualquier cosa.
Esteban se quedó un momento en silencio. ¿Ya había llegado a ese punto? Solo tenía dudas...
Felipe, al notar su expresión, sonrió de lado.
—Si ya empezaste a dudar, lo mejor es averiguar la verdad. Aunque hayan pasado cuatro años, si te lo propones seguro encuentras cómo aclararlo, ¿a poco no?
Esteban no contestó. Se quedó pensando.
Tal vez era momento de dejar de juzgar por prejuicios y de investigar a fondo lo que pasó aquella vez. No podía seguir culpando a Ariana solo por la imagen que tenía de ella.

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