Esa noche, después de salir de la casa de Felipe, Esteban marcó de inmediato para pedir que volvieran a investigar lo que había pasado cuatro años antes.
Por un lado, quería conocer la verdad lo antes posible, pero por otro, sentía cierto temor ante lo que pudiera descubrir.
Si resultaba que todo había sido un malentendido, como Ariana había dicho... Esteban prefería no imaginarlo. Eso significaría que Ariana no solo era víctima de aquel incidente, sino que probablemente había sido la más perjudicada de todos.
Después de todo, fue su madre quien lo llamó esa noche para que fuera al hotel.
Aunque en su momento pensó que Ariana había manipulado a su madre para que lo llamara, si todos los hechos en los que él tanto había confiado terminaban desmoronándose, ¿qué haría entonces?
...
A la mañana siguiente, Lucrecia, que estaba grabando una película en Puerto de las Caravanas, contestó una llamada que la dejó pálida.
Buscó cualquier pretexto y se apartó del equipo hasta encontrar un lugar donde nadie pudiera escucharla.
—¿Seguro que ya dejaste todo bien arreglado? —preguntó con la voz baja y tan seca que daba escalofríos.
Del otro lado del celular, la voz respondió:
—Todo quedó en orden, no se preocupe.
—Si todo está en orden, ¿entonces para qué me llamas? —le cortó Lucrecia, cada vez más molesta—. ¿O quieres que te descubran rápido?
El tipo soltó una risa nerviosa.
—Solo quería que estuviera al tanto de todo...
Lucrecia frunció el ceño, la mirada le destilaba una dureza casi peligrosa, aunque la voz seguía tranquila.
—Sé perfecto lo que buscas. Quédate tranquilo, yo cumplo lo que prometo. Mañana ve y compra un boleto de lotería; cuando te ganes el premio, desaparece, vete al extranjero a disfrutar la vida.
El tipo no tardó en soltar una carcajada.
—¡Eso está hecho! Espero el premio para irme con todo.
—Hazlo y olvídate de mí. No vuelvas a llamarme nunca —sentenció Lucrecia antes de colgar.
Al final, la única que no había dejado todo bien atado... era ella misma.
Pensando en eso, marcó otro número. Solo después de dar nuevas instrucciones, ese nudo de angustia que sentía en el pecho aflojó un poco.
En la vida pasada, nadie se había molestado en investigar ese asunto. ¿Por qué, en esta vida, todo era tan diferente?
—Es que me sentí un poco mal del estómago —respondió Lucrecia—. ¿Pasa algo?
Alexander sacó el guion y lo abrió en una de las escenas.
—Quería repasar esta parte contigo antes de grabar, pero si no te sientes bien...
Lucrecia le sonrió con ligereza.
—Ya tomé medicina, estoy bien, tranquilo.
—Ah, ya veo... —Alexander lo entendió todo de inmediato. Por el tono y la situación, dedujo que era uno de esos malestares de cada mes.
Sin perder tiempo, le pidió a su asistente que consiguiera agua con azúcar para Lucrecia, como si supiera exactamente lo que ella necesitaba.
Lucrecia no pudo evitar parpadear de sorpresa.
—Alex, ¿y eso? ¿Tú creciste en el extranjero y sabes de estas cosas?
Alexander se rio de buena gana.
—Tengo una hermana, y pasa por lo mismo cada mes. Este remedio se lo enseñó mi abuela, y dice que sí funciona.

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