¿Ella está de malas?
Pues él tampoco estaba mejor.
Marcos, a decir verdad, pocas veces perdía el control, pero esta vez ya se le había agotado la paciencia.
Echó un vistazo a Jazmín, que seguía ignorándolo dentro del carro, apretó los labios, guardó el celular y se fue sin mirar atrás.
—Ya se fue —murmuró Ariana, observando cómo la silueta de Marcos se alejaba hasta perderse de vista, dejando escapar un suspiro leve.
Finalmente, Jazmín levantó la mirada y dirigió los ojos hacia la ventana. Tal como había imaginado, vio a Marcos caminar hacia el otro estacionamiento, subir a su carro y marcharse.
—Ya escuchaste lo que dijo, que no va a rendirse tan fácil —la voz de Jazmín sonó rasposa y sentía el corazón apretado—. Si él no va a soltarme, entonces yo sí lo haré. Me rindo. No quiero seguir enamorada de él.
—Jazmín...
—No te preocupes, mañana todavía tenemos al doctor guapo y a sus amigos, ¿no? O sea, el mundo está lleno de gente interesante. Lo que te decía antes cuando estabas triste, también aplica para mí —Jazmín alzó un poco el rostro, tragándose las ganas de llorar, e intentó sonreír.
Ariana asintió despacio.
—Si de verdad te lo tomas así, entonces ya me dejas tranquila.
Jazmín le dio un pequeño toquecito con el dedo en la frente.
—¡Oye! No me subestimes.
Ariana se sobó la frente y, por fin, se le dibujó una sonrisa en los labios.
—Ni se me ocurriría. En la escuela, las cartas de amor que te llegaban no eran menos que las mías.
Al escuchar lo de las cartas, Jazmín no pudo evitar reír.
—¿Todavía las guardas? Las mías ya desaparecieron; mi mamá y mi papá las tiraron hace años.
Ariana se acordó de repente que sus cartas de amor seguían en la casa de Villas del Mirador, olvidadas en algún cajón.
Cuando volvió a esa casa después de todo lo que pasó, solo tenía en mente el divorcio y vengarse. Empacó solo los papeles importantes y su computadora; el resto, ni tiempo ni ganas de llevarlo.
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