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El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 260

—¿El diez por ciento? Eso es demasiado, ¿no crees? —El semblante del señor Rubio se tornó incómodo, la molestia era evidente.

—Sí, la verdad, con ese porcentaje, casi no nos quedaría margen de ganancia —secundó el señor Linares, cruzando los brazos con fastidio.

—¿Ah, sí? —Marcos curvó los labios en una sonrisa torcida, su mirada tenía un destello de picardía—. Entonces el problema no soy yo, el problema son ustedes.

Las palabras de Marcos cayeron como cubetazo de agua fría, tan directas que si después de esa declaración el señor Rubio y el señor Linares no entendían, era porque de plano nunca aprendieron nada en el mundo de los negocios.

Al final, la reunión terminó en un ambiente pesado. Apenas habían vaciado la mitad de las botellas, en la mesa todavía quedaban siete u ocho sin abrir, pero ya la mitad de los asistentes se había marchado.

La chica que hacía de anfitriona había sido contratada especialmente por el señor Rubio y el señor Linares. Por lógica, al irse ambos, ella debería marcharse también. Sin embargo, decidió quedarse un rato más, pensando que quizá podría seducir a ese tal señor Gamboa.

Lo había visto beber bastante, así que, tal vez… podría pescar algo bueno y asegurar su futuro.

Se levantó con decisión, se acercó a Marcos y llenó su copa—. Señor Gamboa, le invito a beber.

Sus ojos tenían un brillo coqueto y su voz era suave, completamente distinta a la imagen inocente que había mostrado antes.

Marcos la observó de arriba abajo, sus ojos rasgados destellaron con un aire travieso y apenas los entrecerró—. Yo soy muy tacaño, así que quien te haya invitado, que sea quien pague la cuenta.

—¿Eh? —La chica no pudo ocultar su sorpresa, pero enseguida recuperó la compostura y fingió inocencia mientras soltaba una risita—. Ay, señor Gamboa, usted sí que sabe bromear.

Intentó aprovechar el momento, acercándose aún más, inclinándose para llevarle la copa directamente a la boca.

Marcos desvió apenas el rostro, mantuvo la sonrisa y le soltó—. Lárgate. No quiero tener que repetirlo.

La mirada de Marcos, tan cortante que no alcanzaba a disimular el desdén, la dejó paralizada.

Llevaba casi un año en ese trabajo y ya había tratado con varios tipos adinerados que, aunque fingieran ser caballerosos al principio, al final todos aprovechaban cualquier oportunidad para toquetear a las chicas. Pero este señor Gamboa, a pesar de estar bien servido de alcohol, ni siquiera la había rozado con un dedo.

¿Eso era normal?

Y ese vistazo que le lanzó… sintió un escalofrío. Detectó peligro. Decidió no arriesgarse.

—Disculpe, ya me voy —atinó a decir, dejó la copa en la mesa y salió apresurada del salón privado.

Soltó un suspiro. El bajón lo arrastró aún más abajo, la tristeza lo envolvió como una sábana húmeda.

En ese momento, el celular vibró.

Por poco y se le cae en la cara.

Se enderezó de inmediato y bajó la mirada para ver quién llamaba.

¡Era Estela Montiel!

¿De veras? ¿Ella, marcándole a él por iniciativa propia?

Parpadeó, incrédulo, y contestó—. ¿Bueno?

—George, soy yo.

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