La voz de la chica sonaba clara y llena de inocencia.
Sí, la verdad, el tipo de niña que a Marcos le gustaba debía ser como Estela: ingenua, dulce, sin dobleces, con todas sus emociones reflejadas en la cara. Una muchacha sin ninguna malicia.
Mientras se repetía esto una y otra vez, como si quisiera convencerse, Marcos preguntó con su tono habitual, ese que siempre llevaba una sonrisa escondida.
—¿Y a qué debo el honor de tu llamada?
Estela pareció sobresaltarse ante la pregunta, y su voz tartamudeó un poco.
—Yo… quería saber si este fin de semana tienes tiempo.
—¿Este fin de semana? —Marcos arqueó las cejas, sin responder de inmediato, y en cambio devolvió la pregunta—. ¿Pasa algo?
La voz de Estela se escuchó tan bajita como el zumbido de un mosquito, aunque hablaba rápido.
—Mi mamá dice que quiere invitarte a comer a la casa, puede ser sábado o domingo, el día que puedas. ¿Tienes tiempo?
Marcos se quedó mudo por unos segundos.
¿La mamá de Estela? ¿Invitándolo a comer a su casa?
¿Qué estaba pasando aquí?
Quizá la sorpresa fue tan grande que no logró sentir otra cosa. Ni emoción, ni nervios, ni alegría. Solo confusión.
—¿Por qué? —soltó él.
—Entonces… ¿vas a venir o no? —le reviró Estela, con un dejo de molestia—. Dime de una vez.
Tal vez el par de cervezas de esa noche le habían quitado las ganas de fingir alegría. Si esa llamada hubiera llegado unos días antes, seguramente habría saltado de gusto y contestado sin dudar:
—¡Claro, ahí estaré!
Pero ahora…
—Perdón, este fin de semana tengo unos pendientes —respondió Marcos. En el fondo, sabía que Estela tampoco estaba tan convencida de invitarlo.
Como era de esperarse, al escuchar la negativa, la chica del otro lado de la línea dejó escapar un suspiro de alivio.
—Bueno, si no puedes este fin de semana, entonces…
Sin embargo, Estela se quedó callada de repente. Tardó un par de segundos antes de volver a hablar.
—¿Y el viernes?
Marcos no pudo evitar dibujar una sonrisa torcida. Esa niña en verdad no tenía ni una pizca de malicia; era obvio que alguien más le había pedido que hiciera esa llamada.
Siempre era igual. Justo cuando estaba a punto de conquistar a alguien, o cuando la otra persona le daba alguna señal de interés, todo perdía sentido para él.
Perdía el interés, tanto, que aunque la otra persona le dejara claro que quería algo más, ni ganas le daban de acercarse.
Quizá Estela ni siquiera estaba interesada en él de verdad, pero había cedido, por la razón que fuera.
Y en ese momento, a Marcos ya ni le importaba saber por qué Estela había cedido.
Solo quería contarle la noticia a Jazmín: la niña que le gustaba lo había llamado para invitarlo.
Después de mandar el mensaje, por fin sintió que soltaba la presión que tenía en el pecho.
...
En el otro salón, Jazmín había sido arrastrada primero a cantar y luego a un juego de verdad o reto con sus compañeros.
No tuvo suerte y le tocaron varias veces las preguntas más complicadas.
En todas eligió decir la verdad.
En una de esas, le preguntaron sobre su vida amorosa.

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