—¿Ariana?!
José Manuel creyó haber escuchado mal, así que preguntó para asegurarse:
—¿A quién acabas de decir? ¿Ariana?
Esteban le echó una mirada rápida.
—No tienes problemas de oído.
José Manuel se quedó tan sorprendido que casi se le salen los ojos.
—¿De verdad dijiste que esa mujer, Ariana, es tan buena? ¿¡Estás bromeando!?
—¿Qué clase de broma es esta…? —murmuró, incrédulo.
La sonrisa que jugaba en los labios de Esteban desapareció; se volvió totalmente serio.
—Aprecio mucho la amistad que tenemos desde niños, por eso hoy quise sentarme a comer contigo, solo los dos.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó José Manuel, enderezándose en el asiento con una inquietud creciente. Su instinto le decía que algo raro estaba pasando.
Estaba acostumbrado a que Esteban tratara a la gente con indiferencia, a su distancia cortante y a su lengua filosa de vez en cuando, pero nunca lo había visto tan serio como en ese momento.
Esteban fue directo, sin rodeos.
—Reconozco que parte de lo que pasó antes fue mi responsabilidad. Por eso te formaste una idea equivocada de Ariana. Pero hoy quiero dejar algo muy claro: la próxima vez que la veas, ni se te ocurra hablarle con segundas intenciones, ni la juzgues con mala fe. Ariana es mucho mejor que tú. Y por bastante.
José Manuel abrió los ojos como platos y se señaló a sí mismo.
—¿Dices que ella es mejor que yo?
—Por mucho —remató Esteban.
José Manuel se quedó callado, sin palabras.
Después de un silencio incómodo, alzó la mano y dijo:
—Va, a ver, explícame, ¡te escucho!
Quería saber en qué mundo Ariana podía ser mejor que él, y encima “por mucho”.
—En cuanto a estudios, ella salió de la Universidad de San Márquez, tú…
Esteban no terminó la frase, le ahorró el mal rato.
José Manuel sabía que su universidad no era gran cosa, pero tampoco creía que Ariana hubiera entrado a la de San Márquez por sus propios méritos.
Así que replicó:
—Según yo, Ariana entró a esa universidad porque tus papás movieron sus influencias. Solo fue para que su currículum luciera bonito.
—¿Y de dónde sacaste eso? —le preguntó Esteban—. ¿Tienes alguna prueba?
Esteban asintió levemente y preguntó:
—¿Sabes quién los escribió?
—Stella —contestó José Manuel sin pensar.
Pero apenas las palabras salieron de su boca, algo le sonó raro.
No, espera…
Esteban no querría decir que…
José Manuel se quedó mirando a Esteban, completamente asombrado. Notó que en los labios de Esteban había aparecido una sonrisa distinta, genuina, orgullosa, una sonrisa que nunca le había visto antes.
No era una mueca de burla, ni de ironía, ni de desprecio. Era auténtica, de esas que se sienten hasta los huesos.
—No me digas… ¿Stella es Ariana?
Cuando José Manuel dijo eso, hasta él pensó que era la cosa más absurda del mundo.
¡No podía ser!
¡De ninguna manera!
Si Esteban asentía o decía que sí, seguro era Día de los Inocentes…

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