—¿Por qué Stella no puede ser Ariana? —Esteban levantó la ceja, la sonrisa en sus labios ya se había extendido hasta sus ojos.
José Manuel abrió la boca, pero decir que estaba sorprendido se quedaba corto para describir lo que sentía en ese instante.
Esteban, al parecer, todavía no se cansaba de ver la expresión de asombro de José Manuel. Con una mueca divertida, metió la mano en el bolsillo de su saco y sacó una pequeña caja de terciopelo azul, del tamaño de la palma de una mano. La puso frente a José Manuel.
—Ábrela, échale un ojo.
José Manuel bajó la mirada, casi moviéndose como un robot. Poco a poco, una sensación de escalofrío le recorrió la espalda. Su voz tembló, las palabras le salieron atropelladas:
—¿Esto… esto me lo vas a regalar a mí?
—¿De qué hablas? —Esteban le lanzó una mirada de fastidio—. Solo quiero que la veas, no la vayas a romper.
José Manuel todavía no lograba asimilar el hecho de que Ariana y Stella fueran la misma persona. Esa revelación le había dejado la mente hecha un lío, tanto que por un momento pensó que esa cajita de terciopelo, con ese toque tan de “niña bonita”, era un regalo de Esteban para él. ¡Vaya susto!
Aún sacudido, tomó el estuche y lo abrió despacio.
Adentro, descansaba una elegante prenda masculina: una fina insignia para saco.
El diseño era único; tenía la figura de un tigre con detalles de piedras preciosas, transmitía autoridad y al mismo tiempo un aire de distinción.
A José Manuel le bastó con una mirada para quedar cautivado.
—¿Te gusta? —preguntó Esteban, con aire presumido.
José Manuel se estremeció y levantó la vista de golpe.
—No me digas que esto también tiene algo que ver con Ariana.
Esteban negó con la cabeza con una calma que casi desesperaba. José Manuel, por fin, pudo respirar aliviado.
—No solo tiene que ver con ella, —soltó Esteban, sin darle tiempo a relajarse—. Esa insignia la diseñó ella misma.

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