El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 328

—¿Qué haces aquí?

Al ver a Esteban, la furia en los ojos de Ariana ya no pudo ser contenida.

Su voz era gélida y afilada.

La mirada helada de Ariana le atravesó el corazón como una aguja, y el hombre tragó saliva.

—Estaba preocupado por ti, así que…

—¿Preocupado por mí? —Ariana soltó una risa fría—. No te molestes.

—¡Lo que casi te pasa hoy en el bar! ¡Estaba muy preocupado! —dijo el hombre con urgencia—. Pero no te preocupes, ¡no dejaré que esa gente se salga con la suya!

«¿No dejar que se salgan con la suya? ¿Piensa deshacerse de ellos ahora que ya no le sirven, silenciarlos para siempre?».

«Típico de él».

—Los buenos perros no se interponen en el camino —dijo Ariana con frialdad.

Dicho esto, lo rodeó y subió a su carro.

Pero el hombre, con un descaro increíble, corrió hacia el lado del copiloto y subió al carro casi al mismo tiempo que ella.

—¡Bájate! —le espetó Ariana.

—¿A dónde vas? ¡Te acompaño! —Esteban notó que su estado de ánimo no era el normal, ¿cómo iba a dejarla ir sola?

La policía le había dicho que esos estudiantes no solo le habían puesto somníferos en la bebida, sino también drogas.

Y que la autora principal era una alumna de su padre. Ahora, Ariana había venido al edificio donde vivía su padre y, justo cuando él llegaba, ella se iba de nuevo.

No podía ser tanta coincidencia.

Seguramente a Julián también le había pasado algo.

—¿A tu padre también le ha pasado algo? —preguntó Esteban directamente—. Dímelo, quizás pueda ayudar.

Ariana lo miró fijamente con el ceño fruncido durante un buen rato.

El rastreo indicaba que su padre había ido por última vez a un hotel del Grupo Ferreira.

Y ahora, este hombre la seguía hasta aquí. ¿Cuál era su objetivo?

Ariana decidió no hacer nada de momento.

Quizás, por ahora, podía usarlo para encontrar a su padre lo antes posible.

Así que, sin decir nada, se abrochó el cinturón de seguridad en silencio, arrancó el carro y se dirigió a aquel hotel de lujo.

Veinte minutos después, aunque Ariana no dijera nada, Esteban ya sabía a dónde se dirigía.

Era, increíblemente, el hotel de su grupo empresarial.

—¿Has venido a buscar a tu padre? —preguntó Esteban, mirando por la ventanilla la entrada del hotel.

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